viernes, 3 de diciembre de 2010

Los cantares del peón-de Mariano González Mangada

169. Eres perfecto borrego
por quedarte hasta las ocho
como aún te quedan más horas
eres un borrego mocho.

170. Hoy has querido pegarme
por no querer comprender
que si te llamo borrego
no te hablo por tu mujer
yo te hablo del mundo obrero.

171. No me importa comer pan
si lo comparto con todos,
¿de qué aprovecha el jamón
que se come un hombre solo?

172. Levántate pueblo mio
no me creo yo que has muerto:
tan solo que estas dormio.

173. Mira pa trás a la historia
de los hombres del trabajo,
y bebe agua que viene
con recio sabor amargo
del que lucha y el que quiere.

174. Portador de esclavitudes
merecedor de grandezas
pueblo esperanza del mundo
en medio de tu pobreza.

175. Compañeros, compañeros,
la mano a las herramientas:
que vamos a fundir un mundo
pero a semejanza nuestra.

176. Los que dicen dirijirte
cómo te estan engañando!
trabajando tú tan bien
que te den tan malos planos...!

177. Cayó un rico rodando
las escaleras abajo:
y en cada escalón decía:
quién me manda a mí estar tan alto!

178. Eso del capitalismo
tira por este sendero
de que haya pobres y ricos
y solo manda el dinero.

179. Me dolió tu esclavitud
pero se ha aumentado mi pena
cuando te oí que decías
pues que vivan las caenas.

180. El patrón me predicaba
esto no tiene remedio,
yo siempre seré patrón
y tú siempre marinero.
Yo le dije: ha de venir
algún primer de enero
que no vea más patrones.

181. En los libros de la escuela
se dirá del capital
que vivió sólo unos
y se murió de su mal
como el imperio romano.

182. De esos patrones de dios
nada esperes por las buenas:
lo que tienen agarrado
sólo tirando lo sueltan.
Formal: si fuera por ellos
aún tendríamos cadenas
un anillo en la nariz
y atá en el cuello una cuerda.

183. Aquí tienes un camino
para hacer la tierra nueva:
tú búscate un compañero
y los dos media docena.

184. A este sistema cabrón
no hay cosa que más le duela
que se junten cuatro obreros
a discutir sus problemas.

185. Asociación obrera
éste si que es el hueso
de la ciruela.

186. Tienes casas, tienes coches,
la tripa y las arcas llenas:
cuando pido que me pagues
entonces van mal tus cuentas.

187. Es el querer de mi madre
así de suave y de fuerte
como el aire.

188. Aunque me he ido haciendo grande
me gusta mirar el mundo
con los ojos de mi madre.

189. Dejame de falsedades:
que mi madre es de la tierra
y la tierra es mi madre.

190. No me podréis convencer:
mis padres fueron del pueblo
y pueblo tengo que ser.

191. Enciéndeme otra palabra:
tengo mucho que decir
y éstas las tengo gastadas.

192. Es pa morirsa de rabia
lo mucho que hay que segar
y con las manos atadas.

193. Te ibas a comer el mundo
y ya te han llenao la boca
con unos miles de duros.

194. Paso la vida en la vía
de Cartagena a los Blancos
y a las traviesas que duermen
yo las voy despertando.

195. Ay! quién pudiera
despertar de esta forma
la clase obrera.

196. Si son ocho horas y media
la media es de contrabado
me jode que al empezar
ya estemos recuperando.

197. Madre, qué picos:
los ha parío un ancla
de un crucifijo.

198. Aquí camino del Llano
lo primero es conocernos
y luego ajuntarnos tós;
desde la Unión venceremos.

199. Pelotas a Entrecanales
que no está bien que se junten
pelotas y hombres cabales.

200. Compañerito,
que no te achuche nadie,
tú despacito.

201. El hombre subió al pader.
Los curas ya iban diciendo
que dios estaba con él.

202. Subió al poder y decía
que solo mandaba él
lo que el pueblo le pedía.

203. A nadie le tengo más asco
que a los mierdas intermedios
esclavos del capital
y tiranos del obrero.

204. Mientras quede un solo hombre militante
no padrán vivir en paz
el patrono y el obrero
el trabajo y el capital.

205. Resumen de los sermones
sobre el plan del desarrollo:
que desarrollamos muchos
y lo enrollan entre pocos
que se forran con el truco.

206. Dime tú que vale más
si tu casa o toa la tierra,
y no nos vendas a tós
por un plato de lentejas.

207. Blando me parió mi madre
y duro me hizo la vida
y si a alguno le molesto
que desmoche las esquinas
pero que no toque dentro
que las entrañas son mías.

208. Tá claro compañerita:
en este mundo animal
nunca tendrás voz ni voto
si no ganas un jornal.
Y el que dice que te quiere
no te lo deja ganar.

209. ¿Cómo te voy a dar coba
cuando aceptas ser muñeca
y no quieres ser persona?

210. Es un lenguaje de amor
el ajuntarnos dos cuerpos:
ajuntarlos sin amor,
violación y sacrilegio.

211. Y si has nacido mujer
anda y cómprate un cuchillo
que estas viviendo oprimida
y en un país enemigo.

212. Yo te vendo mi trabajo
que así están las cosas hoy:
pero a mí tú no me compras
mientras yo sea quien soy.

113. País de las viceversas
¿de qué te sirve la historia?
En ti ya todo es posible
menos el tener memoria.

114. En manos de los rastreros
ay! cómo ha llegado a ser
la balanza o la justicia
incensario del poder.

115. Tanto tienes, tanto vales:
es la ley que hay que romper.
Despertar, hombres cabales,
pa luchar por defender
que todos somos iguales.

216. Cuando a mí me pagan dos
son ocho las que tú cobras.
Lo comprendería yo
si tuvieras cuatro bocas
pero teniendo una, no.

217. Dí qué pasa compañero
en la española del Zinc:
el plomo para los púlmones del obrero
y la plata pá Madrid.

218. Echa almuerzo compañera
y ven después con nosotros
para emparejar la tierra.

martes, 30 de noviembre de 2010

Los cantares del peón- De Mariano González Mangada-

Ojalá que estos cantares
Que corran de boca en boca
Que vuelen de tajo en tajo
Como el aire.

I. A mi no me extraña verte
con el vientre tan hinchao:
te ha hecho daño el pan de balde
que los demás han sudao.

2.Anda y despedirnos ya
a toítos los obreros
trabajar vosotros solos
con los cuernos.

3. Y cómo te has enfadao
porque te han dicho negrero
si a los que pagas los tratas
a patadas como a perros?
pronto te has olvidao, Maxi
que empezastes carpintero.

4. He trabajao diez horas
¡Es que no soy un borrego
si a la sangre de los muertos
yo le antepongo el dinero?

5. Yo trabajo con las manos:
no me canso.
Tú trabajas con los ojos
mirándome trabajar:
Qué cansancio!

6. El oficial que al peón
no quiere a partes iguales
capitalista, hijo puta
aunque tenga buena madre.

7. Arrimándote ladrillos
las 10 horas me las paso.
Yo me cago en quién los hizo
en quién los pidió y los trajo
y me cago en el caudillo.

8. ¿Cómo no voy a ser viejo
si tó el dolor de la tierra
lo llevo colgao del cuello?.

9. Que no echas una blasfemia
cuando te cagas en dios:
porque en el dios de los rios
en ése me cago yo
y se cago Jesucristo.

10. ¿Pa qué me cuentas la mierda
que escupió anoche la tele?
ya sé que te la has comprao
y las letras que debes.

11. Reunión de cascos blancos
¿crees tú que vale la pena
codearse con la basura
del burgués de Cartagena?

12. Y se iba a acabar la tierra:
y aún no ha salido del todo
el hombre de las cavernas.

13. El pesar de los pesares
que a un hombre que no sea pobre
le agrade estos cantares.

14. Para ti si vale la pena
que suba el nivel de vida
para aumentar las cadenas.

15. Como no tiene trabajo
se pone a lavar el coche al patrón
el cabrón del encargado.

16. Quieres subir el jornal
con horas y con destajos:
cúrale a tu padre la cabeza
a juerza de bicarbonato.

17. Perforista!
ven a tirar un barreno
al mundo capitalista.

18. Molinero, molinero
blanco, blanquito por fuera
negro, renegro por dentro
para la mujer obrera.

19 Por ser un negro holgazán
tenías que comer mierda
tu boca de comer pan.

20. Tranquiliza tu conciencia
si ganas tú más que yo
que en la tienda de la esquina
le haccen descuento al peón.

21. Qué vida tan descansá
desde que hay televisión
como ella piensa por todos
¿por qué voy a pensar yo?

22. Ni limón ni limoná
que llevo treinta y seis años
con la cabeza amagá.

23. Ayer ganó España al fútbol
ya no habrá pobres ni ricos
ni cárceles ni hospitales
ni obreros ni señoritos.

24.Que otros le canten al rey,
a los ricos y a las flores.
Mis cantares son la vida
del despreciado y el pobre.

25. Solo pienso en destruir
porque en ná de lo que hicieron
me preguntaron a mí.

26. Miserable el jornalero
que se encadena con letras
y traiciona al compañero.

27. Ay la vida
que mundo tan disparejo
unos tiran lo que a otros
llenarían de cntento.

28. Al que trabaja contigo
no le quieres dar la mano,
y mañana comprarás
puros para el encargado.

29 sabe mi madre
que canto verdad de verdades
y nadie quiere escucharme.

30. No es remiendo ni chapuz.
Desde el cimiento al tejado
va la mentira del mundo.
Anda, ven y echa una mano
que este es un trabajo duro.

31. ¿cómo la vas a querer
si no la dejas hacerse
de veras una mujer?

32. Virgen de la Caridad
cómo no quieres que llore
si tó lo que a ti te dan
se lo roban a los pobres
y nadie les dice ná.

33. A misa vino el obispo
y el capitán general
de los pobres no fue nadie
por miedo a molestar.

34. No tardaras en caer.
Tienes de oro la cabeza
pero de barro los pies.

35. Ojalá que sigas rico
con fincas y con dinero
cuando vengan a juzgar
la tierra los jornaleros.

36. Por tu docta explicación
ya sé qué es la propiedad:
que unos pocos tengan mucho
y otros no tengan ná.

37. Ojalá que estos cantares
que corran de boca en boca
que vuelen de tajo en tajo
como el aire.

38. Dices que somos amigos:
¿Y como es que no me atrevo
a decirte que es maldad
lo que tú estas cometiendo?
somos amigos pa ná.

39. Diversiones.
Que vivan la diversiones
y que se vaya al carajo
las amarguras de los hombres
que viven de su trabajo.

40. Yo me cago en el dinero
me cago en quién lo inventó
me cago en quién lo amontona
y en la santa inquisición.

41. El desarrollo
va siendo grande
hoy muchos se hacen ricos
vendiendo hambre.

42. El que tira la comida
mientras alguien tenga hambre
es un asesino
y yo me cago en su padre.

43. Ay mujer!
que pocos hombres te dejan
que seas quien debes ser.

44. En este mundo de hombres
triste cosa es ser mujer
o vendida por desgracia
o vendida por deber
y con la boca cerrada.

45. No es amor. Tú te casas
pa tener a la mano
puta y criada.

46. Si alguna vez me casara
con una puta sería
a quién nadie ha dejado ser
otra cosa en esta puta vida.

47. Tú dices que las quinielas
son la esperanza del pueblo
poca esperanza será
si la fomenta el gobierno.

48. Peores que los cabrones
antiguos y de dinero
son los cabritos recientes
que anteayer eran corderos.

49. Me está entrando a mi la mosca
con muchas revoluciones
que hacerlas las hace el pueblo
y gozarlas los señores.

50. Saca el lápiz compañero
y apúntame a éste en la lista
que ayer fue trabajador
y hoy se ha hecho contratista.

51. Que aún estás al empezar
no basta pa ser obrero
el vivir de su jornal.

52. No me lo puedes negar:
tú no eres un ser humano
si te paga el capital
pa asesinar a tu hermano
no te puedo perdonar.

53. Si no ganamos igual
en esa revolución
no me vuelvas a llamar.

54. Una cosa cosita
será bastante:
que vivan los politicos
del sueldo base.

55. Como lo que tienes es
calentamiento de pijo
date con una cebolla
y mételo en un botijo:
no es pa llevarse a la novia.

56. Todos buscan en la mujer
en este mundo marrano
el servicio o el placer,
pero nunca un ser humano.

57. Tú dices que es voluntaria
esa gratificación:
te gratificas los huevos
que así no la quiero yo.

58.Lo que pides es dinero
sólo piensas en ti mismo:
a ti te gusta la marcha
que toca el capitalismo,
tú no te llamas obrero.

59. A mí no me llores más:
que no es él el que te pisa,
que tú te dejas pisar.

60. Estos cantares
buscando jornaleros cruzan los mares
porque el dinero
también es el que manda en el extranjero.

61. Dónde nos ha conducido
este sistema cabrón:
a que sean enemigos
el oficial y el peón.

62. Inútil cambiar las formas:
si el final siempre es lo mismo
¿Cómo quieres que lo coma?

63. Cuando pido libertad
a la cárcel me condenas.
¿No te parecen bastante
del trabajo las cadenas?

64. ¿Qué te puedo responder
si tienes siempre agarrada
por el mango la sartén?

65. Que yo tengo que gritar
que casi me han convencío
que es lo torcio derecho
y lo derecho torcio.

66. Oprimiendo al personal
que ganará un encargao?
Qu cualquier dia le rompan
la cara de lao a lao.

67. Una propina me dieron
trabajando el otro dia.
El no poder despreciarla
fue lo que más me dolia.

68. Para la revolución
no quiero ya aficionados
que aplauden o dan consejos
sin que dejar de estar sentados
ni su buena posición.

69. Aquí tocamos a tres:
tú te estas llevando veinte
y ¿cuando vas por la calle
no te escupen en la frente?

70. Soy el gallo cantaclaro,
el que canta la verdad.
Ya quisieran más de uno
que dejara de cantar.

71. Eres un hombre mu hombre
y con dignidad humana
cuando gritas desde lejos
burradas a las zagalas.

72. Que no es ese el proceder
pa demostrar que eres hombre
insultar a una mujer.

73. Salió una copla volando
y un cazador la mató.
Esa es la mira del rico
Dejar al pueblo sin voz.

74. No le llames a ese don
porque tiene una carrera:
con tiempo y dinero
las hace cualquiera.

75. Si eres rico o tienes suerte
atráncate de dinero.
tira tú solo pa arriba
no pienses más en el pueblo
y no me hables en la vida.

76. Que no me convences, hombre
que yo no puedo ser rico
porque no hay ricos sin pobres.

77. A los que ponen ponencias
y se piensan pensamientos
digo que ya estamos hartos
de vividores del cuento.

78. Venga ladrillo del cuatro
venga ladrillo del nueve
cuatro perras que me dan
nueve puñalas me peguen.

79.virgen de la caridad
cuanta amargura hay envuelta
en este cacho pan.

80. La trata de los esclavos
hoy continua lo mismo:
algún negrero educado
y algún esclavo vestido.

81. Tú llena bien la barriga
no preguntes los porqués
haz caso a los de arriba:
serás un buen chimpancé
con corbata y con camisa.

82. Con un cuchillo sin filo
te tenían que matar
por querer hacerte rico
a fuerza de trabajar.

83. ¿Has comprado estos cantares?
No te creas lo que digo:
Aunque te parezca libre
si se compra está vendido.

84. Tengo un dolor muy profundo.
no me duele la cabeza,
la que me duele es el mundo.

85. Me da verguenza cantar
que ya se ha cantado mucho
y ahora es tiempo de callar.

86. Pa denunciar sinvergüenzas
empieza por los de abajo:
Los de arriba están muy lejos
y esto hay que llevarlo a tajo.

87. No me digas, compañero
que por qué me pongo así.
Lo que le hacen a ese hombre
me lo estan haciendo a mí
que también soy un obrero.

88. Y tráeme un nivel muy grande
porque esto hay que nivelarlo
pa que nadie pase hambre.

89. Yo ya no sé dividir:
¿cómo le puede tocar
a aquel veinte y dos a mí?

90. Si pudiera convencerte,
que llevas pistola al cinto
pa defender al más fuerte.

91. Las guerras de las naciones
las organizan los ricos
pa que se maten los pobres.

92. Me he echao el mundo a la espalda
pa vivir en libertad:
quiero todo para todos,
para mí no quiero ná.

93. No sabía lo que era,
pero sabía muy bien
y era el sabor de la tierra.

94. Ay, qué justa es la justicia
de tu justa sociedad,
donde cualquier hombre justo
cuenta justamente ná.

95. La máquina me decía:
de rabia voy a estallar;
nací pa que fueras libre
no pa que el capital
conmigo más te esclavice.

96. ayer compré una paloma
que vuele a través del mar
pa decir a los obreros
que dejen de trabajar
mañana en el mundo obrero.

97. Como cáncer en la sangre
como pus y la lepra
el obrero señorito
y la aristocracia obrera.

98. Fui en casa de la justicia
por un poco de vergüenza
me dijo que no tenía
desde que que acabó la guerra.

99. Me he encomendao la misión
de denunciar sinvergüenzas
de no callar la verdad
y despertar las conciencias:
ya tengo tela cortá.

100. Ayer eras jornalero
y hoy te has puesto de uniforme
pa matar a los obreros.

Los cantares del peón

lunes, 18 de octubre de 2010

Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, Argentino, 1934

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
¡ En el quinientos seis
en el dos mil también!
Que siempre ha habído chorros
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldad insolente
ya no hay quién lo niegue.
¡Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos!
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafaor!
¡todo es igual!
¡nada es mejor!
¡lo mismo un burro,
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mísmo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
cara dura o polizón!...
¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡calquiera es un ladrón!
Mezclaos con Stravisky va don bosco
y "la Mignó.
Don Chicho y Napoleón
Carnera y san martín...
igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclado la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la biblia
contra un calefón
¡Siglo veinte, cambalache!
problemático y febríl...
El que no llora no mama
y el que no roba es un gil!
¡dale no más!
¡dale que va!
¡que allá en el horno
nos vamos a encontrar!
No pienses más
sentate a un lao
que a nadie le importa
si nacistes honrrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que mata, el que cura
o está fuera de la ley.
¡VIVIMOS REVOLCAOS
EN UN MERENGUE
Y EN UN MÍSMO LODO
TODOS MANOSEAOS.-

Cambalache

jueves, 10 de junio de 2010

CANTO A LA LIBERTAD_Jose Antonio Labordeta

Habrá un día en que todos
al levantar la vista,
veremos una tierra
que ponga Libertad.

Hermano, aquí mi mano,
será tuya mí frente
y tu gesto de siempre
caerá sin levantar,
huracanes de miedo
ante la Libertad.

Haremos el camino
en un mismo trazado,
uniendo nuestros hombros
para así levantar
a aquellos que cayeron
gritando Libertad.
(estribillo)

Sonarán las campanas
desde los campanarios,
y los campos desiertos
volveran a granar
unas espigas altas
dispuestas para el pan.

Para un pan que en los siglos
nunca fue repartido
entre todos aquellos
que hicieron lo posible
por empujar la historia
hacia la Libertad.

También será posible
que esa hermosa mañana,
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver,
pero habrá que empujarla,
para que pueda ser.

Que sea como un viento,
que arranque los matojos,
surgiendo la verdad
y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la Libertad.
(estribillo)

Vamos juntos_Mario Benedetti/Luis Pastor

Vamos juntos compañero,
compañero te desvela
la misma suerte que a mí
prometiste y prometí
encender esta candela.

Con tu puedo y mí quiero
vamos juntos compañero.

La muerte mata y escucha
la vida viene después
la unidad que sirve es
la que nos une en la lucha.

Con tu puedo y mí quiero
vamos juntos compañero.

La historria tañe sonora
su lección como campana
para gozar el mañana
hay que pelear el ahora.

Con tu puedo y mí quiero
vamos juntos compañero.

Ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena,
cada cual en su faena
por que en esto no hay suplentes.

Con tu puedo y mí quiero
vamos juntos compañero.

Algunos cantan victoria
por que el pueblo paga vidas,
pero esas muertes queridas
van escribiendo la historia.
pero habrá que empujarla,
para que eso pueda ser.

Con tu puedo y mí quiero
vamos juntos compañero.

lunes, 7 de junio de 2010

EL CUENTO DE NUNCA EMPEZAR

Texto y dibujo: Mariano G Mangada
Multicopista: Pepa
Edición privada. Se agradece la reproducción
Cartagena Enero 1982. 500 ejemplares, 25 pts



Había una vez un país perecido a todos los países parecidos a él.
En este país vivía una niña llamada Nica que estudiaba para protagonista de un cuento.
En realidad la niña se llamaba Nicanora, por su abuela; pero todo el mundo, por economía y compasión, la llamaba Nica.
Y ¿ de qué va a ir tu cuento, Nica?,
le preguntaban las amigas.
-Va a ser un cuento muy bonito. No hay reyes ni roques, ni ricos ni pobres, ni guerras.
Las mujeres y los hombres son iguales y se quieren los domingos, los lunes y los jueves, por lo menos. Y hay un Congreso con más diputadas que diputados.
_No le des tanto al pegamento, tía, le decian las amigas.
Eso no es un cuento; es un chollo camino de ser un capullo.
Los protagonistas de los cuentos son siempre los tíos: Pulgarcito, Robinson, Pinocho, Pinochet y etcétera, ¿ te enteras?
_Capullos vosotras. Y Alicia ¿qué?

Nica estudiaba todo lo que podía y más. Se estudió el Teorema de Pitágoras en versión estereofónica; la cria del gusano de seda en la China meridional, la ecuación del paro creciente habiendo tantas cosas por hacer y eso en números complejos, la guía de teléfonos al derecho y al reves, un cuaderno de versos de su abuela y hacía todas las sopas de letras que caían en sus manos.
A si fue descubriendo muchas cosas. Por ejemplo, que los tanques de chocolate salian mas baratos que los de hierro y además los niños se los podían comer al acabar los defiles y que, en vez de mandar dos tíos a la luna, se podía hacer una sarten de migas para que estuvieran comiendo todos los hambrientos de la tierra sin parar hasta el mes de Junio del año 2321, teniendo en cuenta los años bisiestos.
Casi todos los miercoles que hacía sol, Nica le decía a su madre:
_Mamá, ¿ tú cres que voy a poder ser protagonista de mi cuento? Sería tan bonito...
_ Pués claro que sí, hija, le contestaba su madre; pero ahora tienes que traerme aceite y unos tomates de la tienda y luego friegas el suelo y los platos, que tu hermano tiene que estudiar.
_Pero mamá, si él no quiere ser protagonista de nada.
_Ya lo sé, hija, pero estudia para hombre.
Nica siguó haciendo las faenas de la casa y estudiando sin parar cosas para su cuento.
Cuando tuvo 20 años, le parecio que ya era hora y le dijo a su padre:
_Papá, ya estoy muy bién preparada ¿ Me llevas al Banco de los cuentos y pedimos un crédito para el mio?
_Claro que te voy a llevar un día, hija, le contestó su padre; pero ahora no puede ser: tengo el piso hipotecado y hay expediente de crisis en la empresa. Además, te tienes que casar, porque todas las mujeres, aun las de los cuentos, se casan.
Entonces Nica se casó con un chico que trabajaba en los albañiles y se llamaba Pedro, y tuvo siete hijos. Además de llevar la casa y cuidar de los niños, Nica tenía que echar algunas horas haciendo portales y escaleras, pero todavia por las noches seguía estudiando para ser protagonista de su cuento. Ahora estudiaba las relaciones entre las Profecías de Nostradamun y el Indice de Precios al Consumo, dos manuales de Derecho Canónico, herencia de un tio cura, y un libro muy gordo sobre las termitas donde explicaba muy bien cómo, juntandose todas, eran capaces de cargarse murallas enteras por más altas que fueran. Esto último le daba mucho gusto.
Cuando Nica se quedó viuda y se le casaron los siete hijos, le quedó un poco más de tiempo libre y se dijo:
_ Ahora sí que voy a poder ser protagonista de mi cuento.
Entonces se apuntó a los grupos feminosos del Partido Socialero Comunero, porque veía que el rollo que llevaban se parecía bastante a su cuento. Pero también allí había siempre algo más urgente que hacer: pegar carteles, poner remiendos a la democracia, convenir convenios, reunisse en reuniones y eso.
Total, que al final de su vida, como toda la gente, Nica se murió.
Dicen que sus últimas palabras fueron:
_A lo mejor es aún demasiado pronto para mi cuento.
En el cementerio le pusieron una lápida con su nombre: Nica.
Unos días despues, alguien, no se sabe quién, puso debajo del nombre un letrero con spray verde que decía:
_Protagonista del cuento de nunca empezar.

lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo XVI FRENTE POPULAR

Capítulo XVI FRENTE POPULAR



La victoria, del tan soñado frente popular, se hizo posible aquellas elecciones de febrero del 36. Las cárceles volvieron a abrir sus puertas, y cientos de presos políticos y no tan políticos, volvieron a ver la luz del día.
La vuelta de Eusebio a la aldea, fue más celebrada que la propia victoria del frente, si cabe decir.
Alrededor de una escasa lumbre en casa del señor Vicente, agasajaban a este, haciéndole repetir la misma historia cada vez que llegaba un vecino nuevo. La delgadez de este, se dejaba notar por el cuello de la camisa. Todos hacían ojos ciegos ante la evidencia.
- Pos yo no me he podío quejá. Que a fin de cuenta lo mío era un equívoco, que los que peor lo han pasao han sío los jefes de la revuerta. Y el probe del José el colorao, y dos meícos más questaban deteníos. A los probes, días sí, y días tamién lo tenían encerraos aparte, y palos van y palos viene. ¡Los probes sí que lo han pasao mal! Que yo, bien que me hacía el sordo, pa que se pusieran nerviosos, y que me dejaran tranquilo.
- ¡Pos lo has hecho tú mu bien! ¡Qué se jodán! Por lo bordes que llegan a ser, qué a mi Usebio naide le pone la mano encima.
Todos los reunidos se quedaron boquiabiertos con las últimas palabras de la María la panadera. Y la que más se asombró fue la propia.
- ¡Pues esto no está mal! Ya era hora que la señora se bajara del burro, y le echara un ojo, a mi pobre cuñado.
- ¡Eh! Muncho cuidiao con lo que dices, que una no ha dicho na.
- ¡Pues menos mal! Con decir yo menos, aquí me tienes, casada con el que va a ser tu cuñado.
La María no encontraba salida a sus palabras. La verdad es, que ya le había estado rondando por la cabeza la posibilidad de unirse a Eusebio.
- ¡Y con lo que el pobre había estado sufriendo! En una cárcel en los últimos meses, le había ablandado el corazón.
Pensaba.
- ¿Pos mujé, esto sí questa güeno? Que si uno sabe esto antes, uno se deja prendé hace tiempo, una y toas las veces que hiciera farta, solo pa que tú me mire bien.
La alegría en el rostro de Eusebio, contagió a sus compañeros y cada uno preparaba la ansiada boda a su antojo.
- ¡Pos to eso a fin de cuenta va a tené un buen remate!
Decía el Pacorro, feliz de que su hermano hubiera conseguido lo que tantos años había pretendido. María la panadera se sintió incapaz de desmentir sus palabras y cuando vino a darse cuenta, ya se veía casada y bien atada.
Al parecer al único que no le hizo ni pizca de gracia la noticia fue al pequeño Tomasico. Posiblemente él ya se había hecho sus cuentas personales de hacerse mayor y desposar a su María. Este creía ver amenazados sus intereses, por aquél larguirucho que se creía el más valiente de todos los de allí reunidos.
- ¡Pos na mujé! Que como siempre he dicho, ¡Pa la primavera nus casamos!
- ¡De eso na! Que quea poco y una lo tié que apañá to ¡Qué pa la Vinge Dagosto ya va bien! Como tié que sé.
- Lo importante es que os caséis ya de una puñetera vez y os dejéis de tantas preparaciones, que las cosas hay que hacerlas sin tantos miramientos, que de tanto mirar y remirar el tiempo pasa y también las ganas.
A Montserrat lo único que le importaba era ver a su cuñado recogido en la casa, con una mujer que lo enfilara y se dejara de tanto deambular de un sitio a otro. Y de paso poder ella volver a su Barcelona, segura de dejar la casa familiar en manos de una mujer con un par de narices, como ella decía.
La Francisca no era lo que se dice, una mujer para llevar nada a cabo. El Antonio, el día menos pensado se le iría la cabeza y haría cualquier tontería de las suyas, sino había nadie para llevarlo por camino, medianamente recto.

El triunfo del frente popular no había apaciguado y hecho al caciquismo de la zona, bajar la guardia y admitir esa realidad.
Nuevos brotes de abusos contra las clases más vulnerables hacía temblar el sistema democrático. Al proletariado de siempre lo hacía caer en el lumpenproletariado más irracional. La negación de la patronal obrera y campesina en poner en práctica las mejoras tan conquistadas a pulso por la mayoría, ocasionó cientos de despidos en todas las ramas.
Entrado ya abril, las revueltas volvieron a apoderarse de las calles. Los amos de la tierra preferían ver sus cosechas quemadas y abandonadas, antes de emplear a los llamados alborotadores y enemigos del progreso, en el mejor de los casos.
La escasa mano de obra que ofrecían la preferían casi infantil, les salía más barata y el rendimiento similar. Estos acontecimientos no pasaban desapercibidos en la aldea.
El señor de la Umbría, el padre Joaquín y el propio Cristóbal se las veían y deseaban para poder frenar la avalancha de segadores que llegaban cada día, pidiendo poder trabajar por la zona, un mes antes de lo previsto, antes de que las mieses estuvieran listas para ser cortadas.

- ¡Padre! Apañe usté un trabajo pa mí, que yo no pueo golver pa la casa, que ya los ceviles han dao el paseíllo a munchos de allí y a mí, me la tién jurá. ¡Qué como güerva me apresan y me matan!
¡Hombre! Inocencio, que no será para tanto.
- Padre que usté no sabe lo borde que san güerto. Que tién premiso de los señoritos pa matá a tos que sacerquen pal monte a cogé una rama de leña pa calentarse o cocé el guisote cuando hay argo que cocé. Y esto se lo digo yo a usté, porque es más hombre que cura, que sino juera así, ¡pa Dio!, Que no marrimo ¡ Qué hay que ve la mala fe que se gastan los curas en estos malos tiempos! Que se hacen los descomíos, pero bien que sarriman a la mesa der señorito. Señó Vicente, que usté lo sabe mu bien.

Todo esto desencadenó en otra huelga general a primeros de mayo. La desesperación de no conocer un futuro inmediato, precipitaba a nuestro campesinado a tomar medidas suicidas, y a desconfiar en sus dirigentes sindicales.
El caciquismo rural no era ajeno a todo esto, más bien un instigador potencial. Su infiltración en los Sindicatos Obreros y Cooperativas Agrarias, los mantenían al corriente de cualquier cambio en la forma de actuar de estos.
Pequeñas intrigas por aquí y otras más allá, les permitían dirigir los hilos holgadamente. Y con el apoyo incondicional que les procesaban a los miembros de la benemérita, tenían bien controlados los movimientos subversivos, y tener ellos las espaldas bien cubiertas.
Cada nuevo día hacían acallar con más brío y despotismo las bocas de los hambrientos y degradados campesinos, haciéndoles caer en la desesperación más absoluta e irracional.
El nuevo gobierno no daba abasto con las quejas y protestas de estos. Cuando creían ver la solución a un problema, otros cien se les venían encima.
Sencillamente porque el frente popular, puso en manos de unos burócratas de la burguesía, sus esperanzas y sus sueños.
Confiaron sus vidas a unos individuos que ni estaban ni supieron estar a la altura de las circunstancias.
La mucha hambre y la poca o nula cultura del campesinado ponían un velo a favor de los políticos, llamados del pueblo y para el pueblo.
Los asesinatos se cometían con la mayor impunidad jamás soñada por las mentes más retorcidas.
El aquí, no pasa nada, se convirtió en una plegarias para que sí ocurriera algo. Cualquier cambio, por malo que fuera este, era preferible a volver a la esclavitud y al servilismo de antaño.
El asesinato de Calvo Sotelo, fue la yesca que encendió la mecha y aquel dieciocho de julio, día de San Camilo, ya la Guerra Civil dio su comienzo.
El campesinado manchego, a esas alturas, no era otra cosa, que la sombra de ellos mismos.
La noticia llegó a la aldea algo confusa y tardía. Nadie precisaba con exactitud la magnitud de esta.
Las consignas de que ya había llegado la hora, estaban en boca de todos, pero nadie entendía la hora de qué y qué hacer.
Montserrat fue la primera en preparar su equipaje para volver a Barcelona con los suyos.
El Pacorro no tuvo más remedio que seguirla, sino quería verse abandonado por esta y ser el hazmerreír de todos. No antes de intentar por todos los medios a su alcance convencerla de que depusiera de su aptitud.
Esta no cedía un ápice en su convencimiento de que su puesto estaba con la resistencia, allá donde la necesitaran. Pero que si él se quería quedar en la aldea, pues que se quedara, pero ella marchaba al frente.
Ni la inminente boda de su cuñado la hizo desistir, como ella decía:
- ¡Para casarse uno, no hace falta tanta parafernalia! Y además, esto se va a acabar pronto, cuatro tiros ¡y todos al carajo!
Algunos hombres y jóvenes fueron a enrolarse en esa aventura, que para algunos fue sin retorno.
Solo el mulero fue acompañado a Hellín por su mujer, es decir, por la mulera.
- ¡Pos tú te vas con tos ellos! A ve si te hases tú, un hombre de verdá duna ve. ¡Qué yo mapaño bien con los guachos!

Este y a regañadientes no le cupo otra opción, o se marchaba al frente o lo iba a tener crudo con la parienta.
Esta le preparó un hatillo con una muda, un buen trozo de tocino y la bota llena de aguardiente. Y a Hellín se encaminaron.
El padre Joaquín, el Eusebio, el Ñoño y el Miguel de la Llanos tomaron la ruta de Lietor, en busca de noticias más exactas. Y estos no volvieron, al menos en bastante tiempo.
Los días fueron pasando, el pesimismo de los aldeanos, ante el desconocimiento y escasas noticias era agobiante. Los unos decían que no era para tanto, que cuando se aclararan los de Madrid ya se apañarían las cosas. Otros que la revuelta ya se estaba pasando de castaño claro.
Lo que no se quería admitir era que las revueltas anteriores habían sido el preludio a lo que ahora se estaba desatando.
El gran susto llegó un buen día, allá por finales del mes de septiembre, en plena labranza de la tierra.
Un grupo de carabineros llegó a la aldea armados hasta los dientes escoltando a unos militares a caballo. Entraron en casa del tío Vicente, sin más preámbulos y tomaron posesión de esta sin más contemplaciones.
La Casilda se llevó la decepción de su vida, al comprender que estos no se andaban con chiquitas a la hora de respetar casa ajena.
Arrestaron a todo hombre y joven acto para las armas, que se encontraban en el interior.
Se llevaron un total de veintitrés cansados e ignorantes jornaleros, contratados por el señor de la Umbría para la temporada de recogida y nueva siembra de las tierras de este.
A las mujeres y adolescentes los dejaron estar. Registraron la casa, habitación por habitación, removieron los graneros y los lugares más recónditos de la finca. No quedando satisfechos, los militares dieron órdenes de registrar todas las casas de la aldea.
Al anochecer no habían encontrado lo que buscaban, cargaron con los jornaleros retenidos en casa del tío Vicente y con las escasas armas y víveres que habían recaudado a lo largo del día, sin olvidarse estos de los corderillos y pollos más robustos y tiernos del corral.
Marcharon, no antes de asegurar al señor Vicente que regresarían a buscar lo que les pertenecía.
Aquella víspera de Navidad, envueltos en la oscuridad de la noche, los cuatro presuntos desaparecidos hicieron acto de presencia en casa del señor de la Umbría. Eusebio, que estaba en mejores condiciones físicas y morales, saltó por la tapia de los corrales y se fue acercando a la ventana del dormitorio de la tía Carmen, rascando y maullando en la madera de esta.
A la tía no le cupo la menor duda de quién o de quiénes pudieran ser. Lo hizo saltar al interior y después de cerciorarse de que el resto de la familia dormía, los fue introduciendo uno a uno de los restantes compañeros al interior de la vivienda.
Aquella mañana amaneció temprano en la aldea. La tía Carmen en los primeros albores, salió de visita a casa de la Llanos y la Gloria. Estas acudieron con sus cestos de hacer la colada, y refunfuñando, por las tempraneras y las prisas, como si tal cosa, para no levantar sospechas.
A la Isabelica y al Tomasico lo habían mandado a casa del Cristóbal a pasar el día y dar el recado, de que la carta ya había llegado.
Cristóbal no tardó en enfundarse los calzones y salir cuesta arriba, en dirección a la casa del señor Vicente. Se encontró por el camino con el Pepuso. Este se dirigía a los corrales del señor Vicente, a arreglar y dar de comer a las bestias.
- ¡¿Pos ánde vas tan de trempano?!
- ¡Pos ande voy a ir, pos pa casa de mi tío! Que cuanto antes comience, ante acabo, que despué tengo que ayudá a mi padre en la fragua, quel prove no anda mu espabilao estos días. Que me da a mí que argo pasa por la casa.
- Pos no te andes tú mu lejos, cuando acabes con el ganao, quel señó Vicente pué que te tenga argo más preparao.
- Pos en los corrales estoy, pa lo que le haga farta.
Cada uno tomó su camino, el uno silbando, el otro temiéndose una nueva y desagradable noticia. Su alegría fue inmensa al ser puesto al corriente y poder volver a abrazar a sus compañeros.
- Tenemos que buscar un lugar más seguro para escondernos. Si nos descubren en la casa, todos caeremos, y no llegaremos a ninguna parte. Estamos decididos a no volver por la aldea, al menos hasta que todo esto se aclare.
El padre Joaquín.
- No os podéis marchar, si es cierto que os persiguen, en la aldea es el último lugar que se les ocurriría registrar, ya estuvieron por aquí, no creo que vuelvan.
El tío Vicente, no veía conveniente que se marcharan de allí.
- Señó Vicente, que usté no sabe cómo las gastan, que por tos laos hay chivatos, que no tardan na en denunciar hasta a su padre, pa ganarse argún favó. Y quien nos denuncie a nusotros va bien apañao. Qué en Lietor han detenío ya a munchos compañeros, porque han dao chivatazos por tos laos y a munchos los han pasao por las armas. Señó Vicente, que no estamos naide seguros en ningún lao.
- Eso ha tenido que ser un malentendido por parte de alguien ¿ Cómo se os puede perseguir de esa manera? ¿ Cómo se puede asesinar de esa forma?
Los cuatro compañeros pródigos se miraron de soslayo, el padre Joaquín, que lo único que portaba de su condición de sacerdote era el rosario colgándole del cuello, lo sacó y lo apretó con ambas manos.
- Señor Vicente, estamos en guerra, estamos viviendo una guerra. Cada momento que pasamos aquí, acrecienta el peligro para todos. Solo nos queda dos alternativas, o intentamos pasar la frontera con Portugal o nos sumamos a esta locura colectiva. En la aldea y sus alrededores no nos podemos quedar. Somos demasiado conocidos, y quien nos proteja caerá también. En la cueva que usted sabe, hay otros compañeros, esperando nuestro regreso.
- ¡Pos mi marío no va a ninguna parte!, quél tiene cosas que hacer por aquí.
La Gloria.
- Mujé, si me quedo por aquí nos pillarán a tos, que tú no sabes na de to esto questá pasando, que en la aldea, tamién puén haber traidores a la República, que cuando la necesidad aprieta, la familia no pué hacer na. ¡Qué el Usebio cuente!
- ¿Pos qué voy a contá yo? Si está to liáo, que yo solo le prendí fuego a un casuto, sin sabé lo que había dentro, solo pa llamá la atención, y que los compañeros pudieran escapá, ¿ Quién me iba a decí a mí que to estaba lleno de dinamita y armas? ¡Qué curpa tengo yo! ¿ Qué vale más, un montón de armas o una sola presona?
- ¡El Usebio siempre la tiene que ir liando por tos laos! Así que tú te quedas aquí, como tiene que ser, ¡y no digo más! Cuando se haga de noche, sales de aquí, camino a la casa, que ya nos apañamos pa que naide sentere.
A nadie hizo mucha gracia, la determinación de la Gloria.
No tardó en hacer acto de presencia el Pepuso en la casa del tío Vicente. Este no se chupaba el dedo, como se suele decir. Y aquella mañana se dio más prisa de lo acostumbrado por terminar su faena, cambió los baldes de agua, dejó suelto al ganado y sacó a las gallinas de sus aposentos. No perdió tiempo esta mañana en carantoñas con los perros, que se suponía eran los guardianes del corral. De seguir así, en un par de meses el ganado terminaría por desaparecer, la mucha hambre de la comarca, hacía desaparecer cordero por noche.
Y en algunos casos hasta llegaron a desaparecer veinte, como calculaba que habían desaparecido la noche anterior. Esto le daba motivo más que sobrado para presentarse en casa del señor de la Umbría.
Y de paso le pediría permiso para poder quedarse por las noches en el cercado, vigilante para impedir que el rebaño desapareciera una noche de esas por entero. En los meses pasados, el señor de la Umbría había contratado a dos pastores, y el remedio había sido aun peor.
Una mañana los habían encontrado malheridos y con síntomas de congelación. Solo pudieron salvar íntegro a uno, al otro, le tuvieron que amputar una pierna y no tardó más de unas semanas en marcharse de esta vida, dejando a viuda y una reata de hijos y sobrinos recogidos. Los mismos que ahora tenían cobijados el señor Vicente, en la casa de la finca de las carrascas.
Al menos tienen un techo seguro donde estar, y protegerse de las inclemencias de los tiempos que corren.
Pensaba este.
A estos se sumaron otras familias y lo que antaño había sido la residencia de sus primeros antepasados, y posteriormente se convirtió en refugio para ganado. Ahora volvía a ser, con algunos arreglos, refugio y morada para personas que lo habían perdido todo.
La finca las Carrascas, en los años sucesivos se convirtió en una adhesión a la aldea. Levantando paredes, ampliando cuartos y construyendo nuevos corrales.
Las apresuras de este por entrar en la casa, lo hizo tropezar y caer de bruces todo lo largo que era.
La escarcha que había caído durante la noche, se había convertido en una fina capa de hielo. El estropicio que formó fue tamaño, entre los cacareos de las gallinas que corrían despavoridas y el balar de los borregos.
Algunos de los reunidos en la casa volaron a esconderse donde podían. La Gloria y la Llanos, cogieron sus cestos de ropa sucia y salieron por la puerta que daba a los corrales, cantando, como tal cosa. El susto fue tamaño cuando encontraron al Pepuso tirado en el suelo, todo lo largo que era.
- ¡Pos me cago yo en él guacho! El susto que nos ha metío a tos.
La Llanos.
- Pos ahora me llevo a mi marío pa la casa, que allí es donde tié questar recogío.
Entre las dos mujeres consiguieron levantar al muchacho del suelo y como mejor pudieron lo introdujeron dentro de la vivienda.
- Señó Vicente, que yo venía apresurao, ¡Qué ya san llevao una buena pasá de borreguchos!, ¡Me cago en die! Que de seguí así, hay que hacer algo y de verdad.
- Tranquilo, muchacho.
El tío Vicente le hizo una señal a este para que no prosiguiera con la noticia de la desaparición de los corderos. El Pepuso había aprendido a conocer las manías y rarezas de este, y no le cupo la menor duda de que el señor de la Umbría estaba, más que al corriente de esta masiva desaparición.
- Más tarde me pasaré por las Carrascas a dar un borneo, seguro que aparecen por allí.
Pensaba el zagal.
El tío Vicente el de la Umbría hizo salir a sus camaradas de sus improvisados escondites. La sorpresa del Pepuso, fue solo a medias.
- ¡Si ya sabía yo que aquí pasaba argo!
Se abrazó al primero que se puso en su camino, dando saltos de alegría. Aunque su predicción por el padre Joaquín, lo hacía buscar con avidez.
- Padre Juaquín, que otra vez que tenga que salir a dar un recao, e mejó que deje una nota.
Los dos hombres se fundieron en un abrazaron.
- No te preocupes hombre, ya te avisaré. Y hablando de recados, si el señor Vicente lo ve conveniente, vete preparando para dar un importante recado.
- Lo que usté mande, que tos los recaos que se tengan que dar los doy.
- Señor Vicente, que en la cueva hay compañeros que llevan días sin comer y sería conveniente, si pudiera ser, pues que alguien se acercara y les llevara algo y sobre todo agua.
- Tú quédate tranquilo, ya pensaremos algo. Pero el zagal no debería ir, es demasiado arriesgado, yo iré en su lugar.
- Señor Vicente, si usté va, tamién voy yo.
El señor Vicente dio órdenes a las mujeres que se encontraban en la casa de que prepararan un buen hatillo de provisiones para llevar, y de paso ya iba siendo hora de llevarse ellos mismos algo a la boca. Cuando todo esto hubo acabado, el señor Vicente y el Pepuso, partieron camino a la cueva que se encontraba en lo alto del cerro de las viñas. Hicieron un alto en el camino. El señor Vicente le hizo entrega de una bolsa.
- Esto lo he estado guardando para ti, cógelo y no preguntes, puede que no tengamos otra oportunidad de estar a solas. Los acontecimientos se han precipitado, todo se nos escapa de las manos, cuando tengas una oportunidad márchate de la aldea sin mirar atrás, vete lejos de todo esto. Hazme esta promesa, esto es entre tú y yo.
- Señor Vicente, ¡cómo puedo hacer eso!, y ánde voy a ir si está to liáo. ¡Ademá! Ánde voy a estar mejó que aquí.
- Pepe, cógelo y prométeme que te marcharás, ya tendrás tiempo de devolvérmelo cuando todo esto acabe.
El señor de la Umbría le puso sus manos sobre los hombros del muchacho y lo abrazó como nunca se hubiese atrevido a hacer. El zagal tomó aquella bolsa y se la ató a la cintura sin hacer un comentario.
Aún no habían alcanzado la cima del cerro, cuando descubrieron que un destacamento militar se acercaba a la aldea. El señor Vicente hizo un gran esfuerzo por convencer al Pepuso de que le dejara volver a la aldea, el zagal se negó en redondo, sujetando a este como si se tratara de un niño pequeño.
- ¡Pos ánde ve usted! Si usted güelve, yo tamién ¿ Y quién va a llevar a los compañeros el ato! Que los probes bien que tién questar con las ganas hechas de días.
El solo convencimiento, de que el joven retornara a la aldea hizo al tío Vicente desistir en dar marcha atrás, volver sobre sus pasos.
Esta vez habían vuelto con la seguridad de encontrar lo que meses atrás fueron buscando.
Un estremecimiento le recorrió el cuerpo agotado, y sintió bajo sus pies estremecerse la tierra, en convulsiones de dolor. El señor Vicente el de la Umbría, desde lo más hondo de su ser, supo que ésta reclamaba un tributo a sus hijos.

En la cueva se encontraban los compañeros, desesperados y hambrientos, el Pepuso dio el alto y seña, que mejor le vino a la cabeza, para tranquilidad de estos.
- ¡Semos de la aldea!
Los fugitivos cuatro en total, asomaron tímidamente las cabezas por la boca de esta. La felicidad se manifestó en el rostro de al menos uno de ellos, conocía sobradamente el rostro del señor de la Umbría, pues era uno de los braceros que habían detenido en su casa hacía unos meses y llevaba años trabajándole sus tierras.
- ¡Señó Vicente, que me cago en Dio! ¿Cómo questá usté aquí?... Con lo estropeao ca estao.
Este se adelantó a abrazar a su patrón, con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los labios.
- ¡Qué decía yo! En lardea estamos tos salvaos, que allí hay sitio pa tos.
Dirigiéndose a sus camaradas.
- Entremos dentro, fuera todos corremos peligro. Lamento decirlo, pero la aldea está tomada por los militares, tendréis que marchar lo antes que podáis, no estáis seguros aquí. Si no os descubren antes del anochecer, partiréis, Pepe irá con vosotros.
- Señor Vicente yo...
- He dicho que partiréis los cinco.
El Pepuso bajó la cabeza y asintió con esta, convencido de que su tío no le permitiría hacer otra cosa. Se percató del bulto que portaba a las espaldas y lo dejó sobre el suelo. Los futuros compañeros de viaje, fijaron sus ojos en el petate y el hambre acumulada les vino a estos. El Pepuso fue abriendo la bolsa cargada de viandas.
- Pos me paece a mí, que si tenemos que andar muncho, mejor que empecemos a tomar fuerzas.
Estos aplaudieron con la mirada la iniciativa del muchacho. No por eso, dejaron de preguntar por la suerte que los otros compañeros de la aldea y también perseguidos pudieran estar corriendo. Estuvieron todo el resto de lo que quedaba de mañana y toda aquella tarde noche dentro de la cueva agazapados. Relevándose estos de tanto en tanto de la tarea de controlar los movimientos en la aldea.
- Señó Vicente, que ya va siendo hora que me acerque a las casas, que de seguro allí no pasa na, que mejor ahora que ya está oscuro. ¡Digo, qué argo hay que hacer! Que no podemos estar así, esperando y esperando.
- Señor Vicente, el muchacho tiene razón, que esperando no se llega a ningún lao.
El señor Vicente no escuchaba las palabras de sus camaradas, sus pensamientos estaban muy lejos de los oídos.
- Señor Vicente, bajo a la aldea a ver qué me encuentro, que uno no puede aguantarse má
El señor de la Umbría asintió con la cabeza.
- Ve hijo, ve y que Dios te bendiga.
La casa rodeada por los militares era inexpugnable, dos tiendas de campaña instaladas en la puerta de la casa del señor Vicente, controlaban cualquier tentativa de adentrarse en la aldea. El Pepuso agazapado tras los corrales de esta, esperaba la llegada de la madrugada para tener la ocasión de poder salir de su escondrijo y volver a la cueva, junto al señor de la Umbría y el resto de los fugitivos con las manos vacías y sin tener ocasión de llevar noticias. Allá arriba habían quedado con la promesa del pronto retorno de este con noticias, de lo acaecido desde la llegada de los militares y las intenciones de estos para con la aldea y los que allí moraban.
El frío y el miedo le hacían temblar, las piernas las tenía entumecidas, el dolor era insoportable por las bajas temperaturas en este mes de diciembre. Este hizo un esfuerzo sobrenatural por sacar valor donde no lo tenía, pero se negaba a morir congelado, sencillamente no se lo podía permitir.
Solo el recuerdo de la promesa hecha al señor Vicente, lo hizo alzarse y ponerse en camino hacia las casas de abajo, haciendo caso omiso al dolor que sentía en sus miembros.
Dio un rodeo por las afueras, reptando como un vulgar delincuente común.
La rabia contenida de sentirse prisionero en su propia aldea le hizo reprimir las lágrimas que luchaban por salir fuera, las fue absorbiendo una a una, como amargo vino. Calló en la cuenta que el escaso rebaño que aún quedaba aquella mañana en los corrales del señor Vicente, no se había alterado con su presencia tras las tapias.
De las chimeneas de los hogares no se desprendía ese peculiar y bien conocido olor a leña, ni un mínimo hilo de humo salía al exterior.
La aldea estaba apagada, vacía, muerta. Las ropas empapadas en escarcha y tierra le hacían sentir más miserable y helado.
Aquellos mismos terrenos tantas veces recorridos palmo a palmo, libre, le hacía sentir lo poco que lo había estudiado, lo había sentido realmente suyo, se sentía culpable por todo el tiempo perdido, por no haber sabido exprimirlo, por no haber sabido moldearlo con palabras.
Rodeó las casas de abajo casi a tientas, ni la mínima luz de un candil se dejaba entrever por los ventanales de estas.
Tuvo el presentimiento que una pareja de militares hacían la ronda por la zona, les oía murmurar, murmullo que se entremezclaba con los latidos de su propio corazón.
Dejó que estos se alejaran una considerable distancia antes de atreverse a mover un solo músculo de su cuerpo. Solo cuando tuvo la certeza de que estos se alejaban sin un mínimo de asomo tener intención de dar la vuelta, el zagal se envalentonó y llamó a las puertas de su casa. Tubo que aguardar unos minutos, que a este le pareció una eternidad, antes que este presintiera que tras la puerta alguien se acercaba con pasos arrastrados. Solo se sintió seguro y derrotado a la vez cuando el ventanillo de esta se abrió y pudo ver con la ayuda de la luz de un candil el rostro de su madre. Esta se apresuró a correr las aldabas de la puerta, haciendo pasar después a su hijo al interior de la vivienda.
- Pos qué pasa aquí madre, questá to tan callao.
- Pos qué va a pasar, hijo mío, can detenío a media ardea, que mañana a tos lo van a matá.
Esta se abalanzó al cuello de su hijo, y la abrazó con la ansiedad de poder perderlo a él también.
- ¿Ánde está padre?
La Jacinta llorosa no conseguía apartarse del hijo.
- A padre tamié lo tién retenío, pero tú te tiés que largar daquí antes que sentere arguien.
- Madre cómo me voy a ir yo dequí, ¿Ánde voy a ir si to lo que tengo está aquí? El señó Vicente está aguardando allá en...
- ¡Calla hijo! No quiero sabé ánde está, que tos han estao to el día rebuscando por tos laos, ¡Ay! Hijo mío, si hasta al guacho del tío Vicente lan puesto el pistolucho en la cabeza, pa saber ánde anda el padre, ¡si naide sabe ánde anda, mejó!, que por los otros que tién en la lista ya no se pué hacer na... y vete tú hijo mío antes que se haga de día.
- Padre... tamién está.
- Padre tamién, hijo, padre tamién.
La Jacinta se echó sobre el tarimón, donde su marido solía tumbarse en las horas del sestero en verano, y más de una vez, había servido este para acallar los lloros de sus hijos.
La Teodora se atrevió a asomar la cabeza, por entre el cortinaje que separaba esta pequeña sala de su cuarto. Esta se abalanzó a su hermano y quedaron prendidos el uno en el otro.
- ¡A padre lo van a matá al amanecé! ¡Antes que cante el gallo, han dicho los asquerosos esos!, ¿a qué tú no vas a dejá cagan eso?
La Teodora se dejó caer en el tarimón junto a la madre, que esta gemía reposando su cabeza en el brazo de este.
- El hermanico ya se iba, despídete del, que antes que cante el gallo, ya no estaremos naide aquí... Ya sabrá acabao to.
- ¡Madre por qué tiene que hablá así, tavía se pué hacer argo!
El Pepuso intentaba inyectar a la madre un poco de esperanzas de la poca que él aún conservaba, debido a la juventud e ignorancia de este.
- ¡Qué sabrás tú de to lo que ha pasao aquí a lo largo del día, can detenío hasta a la María solo por estar ennoviá con el capotes y no han podío pillarlo a él! ¡Pero sí han detenío hasta al padre misionero sin haser na! ¿ Es que no tanterao qué ta dicho madre? ¡Ca padre, lo van a pasar por las armas a las seis! A padre y a otros más de la aldea.
El joven no había comprendido la magnitud de los acontecimientos, para él todo había sido un mal sueño, una pesadilla que lo había pillado de improviso, sin darle tiempo a despertarse completamente de esta. El ataque histérico de la Teodora, lo sacó fuera del escudo forjado en hierro que había creado alrededor de su ser.
- ¡A mi probe marío lo van a matá sin ver a su nietecico! ¡Ay, esto no pué ser de verdad!
- Madre pos qué dice usté.
- ¡Pos qué voy a decí, que a la Teodora la dejao preñá el Antonio del Eusebio. ¡Ya decía tu padre el probe! Quese no andaba mu lejo de la casa ¡Y el probe sa tenío quenterá de verdá un rato ante que lo prendieran!
La Teodora salió del cuarto antes que el hermano tuviera tiempo de asimilar la última noticia.
- Madre, dime qué debo hacer.
- Irte mu lejo de to esto, que padre así lo quiere y yo tamién, que de la hermanica ya sabré yo cómo encaminarla y a la criaturica que viene tamién. ¡Pero vete ya de una ve! Antes camanezca.
La madre, se dirigió a la puerta trasera de la casa donde se hallaba la cocinilla, tenía preparado un hatillo con ropa y algunos alimentos y se lo entregó al hijo. Le hizo cambiarse el gabán y le entregó el de su padre. Lo besó en la frente y lo hizo salir, no antes de cerciorarse ésta de que la aldea seguía aparentemente dormida.
El joven se quedó allí parado como un niño pequeño, que no sabe dónde ir y qué hacer con su vida, sin estar seguro si aún dormía dentro de la pesadilla. En cuestión de unas horas, su mundo se le había caído encima, se le había derrumbado sin haber tomado parte en ello ni saber él por qué.

Al amanecer de ese día, justo antes del primer canto del gallo, en la aldea y en lo alto del cerro de las viñas se oyó una descarga de fusil.

- Señor Vicente, que yo le juro a usté que no ha sido nada, solo pa meter miedo ¿Pero cómo van ha hacer eso? ¿ Qué de malo han podío hacer pa que pasen a nadie de la aldea por las armas? Que yo vengo de allí y allí no ha pasao na malo. Así es que señor Vicente, ahora nos ponemos en camino, ¡y qué salga el sol por ánde tenga que salí!
- Yo de aquí no me puedo mover, si no es para encaminarme a la casa pero vosotros tenéis que apresurar la marcha,... Yo estoy demasiado cansado y viejo.
- Pos si usté no viene... Pos nusotros no vamos a ninguna parte, y es más... nos entregamos, que de seguro can llegao a la ardea buscándonos a nusotros. ¡Así es patrón, o nus acompaña o nos entregamos!
Vicente los miró con ojos secos, la ausencia de luz tanto artificial como natural dentro de la cueva, hacía que las pupilas del señor de la Umbría brillaran dentro de esta carencia. En sus manos ponían la seguridad de todos ellos, el tener una oportunidad de vivir o de ir de cabeza a un matadero. Las palabras del zagal no lo había tranquilizado en lo más mínimo, todo lo contrario, tenía la plena certeza que algunos de sus camaradas ya habían pasado a otra vida.
No quería, se negaba a hacer una lista de los desaparecidos en su mente. Se negaba a tener otra pequeña lista en su conciencia.
- Pepe, si marchamos tendría que saber a ciencia cierta a cuántos, ¿Pepe, a cuántos?... No sigas fingiendo, el padre Joaquín también a caído.
- ¡No, el padre misionero no!
El Pepuso se sintió desfallecer, toda la fuerza acumulada la sentía esfumarse sin poder hacer nada por impedirlo.
-¿Cristóbal?
El Pepuso agachó la cabeza.
- Bien, comprendo, ¿Eusebio?
- No.
- Bien, ¿Miguel?
- Sí.
- ¿Eustáquio?
- Sí.
- ¿A todos los que se encontraban en la casa?
- No, a todos no, la señora Casilda y la tía Carmen están bien y los zagales tamién, que a ellos los han dejao tranquilos, eso sí ques verdad, que por una vez no digo marrullás.
- De acuerdo, ¿a alguien más?
- A la María, a la probe ya le tenían echao el ojo.
El zagal no podía seguir hablando.
- Señó Vicente, que ya han dejao a la ardea esjarrá por la mitá, mejó que usted no aparezca por allí, que si no, la lista se pué alargar y habrá más de to.
- De acuerdo, a la noche hay que tomar un camino, mientras tanto, necesito estar solo.
El señor Vicente el de la Umbría se arrastró por el suelo húmedo de la cueva, un frío aterrador le traspasó el alma.
- Señor Vicente, si piensa salir, mejó que cojamos el gabán.
- Tú no vienes conmigo a ninguna parte, lo que tengo que hacer... lo debo hacer solo.
- Señor Vicente, que yo no digo na, pero mientras estemos aquí, estaremos al resguardo, que de seguro cuando saga más la lu saldrán a dar un borneo por los cerros.
- Esta cueva está bien situada, desde aquí se controla la aldea, y lo dicho, a la noche, si no antes hay que tomar un camino. Vosotros sois hombres de bien y lo tomaréis correctamente... Estoy seguro.
El señor Vicente se incorporó y tomó el camino a la Umbría bordeando los cerros, sin volver la vista atrás.
- Pos el probe debe ir a hacer de cuerpo, aunque me da a mí que se alarga demasiáo, que en tiempos de apresuras no hay que tené tanto miramiento.
Al medio día, el señor de la Umbría aún no había vuelto al refugio, el Pepuso sentía remordimientos y un mal presentimiento que lo hacía insoportable para con los demás. El medio día dio paso a la tarde, una tarde cargada de nubarrones con presagio de nieve, se podía oler y palpar en la atmósfera.
- Pos yo no aguanto más, al señor Vicente le ha tenío que pasar argo malo, que to la curpa es mía. ¿ A quién se le ocurre dejarlo solo?
- Muchacho, el de la Umbría lo quería así, nadie puede con ese hombre cuando se le mete argo entre ceja y ceja.
El Pepuso salió al exterior de la cueva, abandonando la protección de esta y una ráfaga de viento helado le hizo perder por unos segundos el equilibrio. Echó una fugaz mirada hacia la aldea, su descubrimiento fue aterrador, de la casa del tío Vicente, su tío, salía humo, le habían prendido fuego. Llamó a sus compañeros ignorando el peligro que corrían por lo elevado de su voz, estos salieron sin más tardar al requerimiento de este. Y estuvieron boquiabiertos contemplando la humareda que salía de esta. Solo el Pepuso pudo reaccionar en aquellos largos momentos, pidió a sus compañeros que recogieran sus escasos enseres y abandonaran el cerro sin tardanza.
- ¿Y tú que harás? No te pues quedar, el de la Umbría aún no ha güerto, que de seguro que nus ha abandonao a nuestra suerte.
El zagal tomó por el gabán a este último.
- ¡El señor de la Umbría no abandona a nadie! No te atrevas tú a decí argo así. Mi tío es más hombre de lo que puedas ser tú, en to el resto de tu miserable vida.
Los dos hombre rodaron por el suelo. Este otro sacó una navaja, que no tuvo ocasión de abrir, una piedra vino a caerle en la cabeza.
- Anda muchacho levanta que este estará un rato durmiendo. Tenemos que partir, que de seguro arguien de la ardea sabrá ido de la lengua y no tardarán en llegar hasta aquí.
- Si no han venío ya, es porque nadie ha abierto la boca. ¿ Vusotros no podéis comprendé, que la aldea es él señó Vicente y el señó Vicente es la aldea?... ¡No! Eso es muy difícil de comprender, la aldea no caerá mientras el señor de esta siga en pie. Vusotros marchad, que yo me quedo a esperar a que güerva, ¡y sacad al compañero de aquí de mi vista!
Los hombres cargaron a hombros al inconsciente y se despidieron del zagal con un abrazo y lágrimas en los ojos.
El Pepuso anduvo cabizbajo el resto de la lluviosa y fría tarde, la desazón por negarse a admitir que ya el señor Vicente no volvería, no le permitía tener una conciencia clara y tomar una determinación. A la aldea le era impensable regresar, no se podía permitir poner a su familia en peligro.
- ¿ Mi familia?
Se preguntó infinidades de veces, cayó en la cuenta y dejó salir fuera todo lo que había guardado en lo más recóndito de su cerebro, Manolo el de la pequeña fragua de la aldea, su padre, ya no estaba, no existía. Andaría con los demás compañeros y compañeras, luchando por la dignidad y la libertad codo con codo, con el altísimo.
Se enjugó las escasas lágrimas que aún le quedaban y tomó el camino del valle de la Umbría, siguiendo los mismos pasos que sabía sin lugar a duda, había tomado el señor de la aldea.

Yo, el Pepuso, el pastor de la aldea, volví a esta al cabo de muchos años. Para Vicente, el tío Vicente, señor de la Umbría, aquella noche pasada fue la última que pasó con vida en ella. En la aldea de los de la Umbría, su aldea.

-FIN-

Capítulo XV ENFERMEDAD Y MUERTE

Capítulo XV ENFERMEDAD Y MUERTE


Noviembre llegaba a sus finales y nadie apostaba por la recuperación del tío Vicente.
Se habían agotado todos los recursos habidos y por haber. Eran ya cuatro los médicos que se habían aventurado a visitarlo.
Todos coincidieron en que se trataba de una pulmonía muy avanzada. Las novenas no cesaban durante las veinticuatro horas del día.
La desesperación de los aldeanos no les permitían concentrarse en otros menesteres terrenales. La gran afluencia de visitantes de las aldeas y pueblos colindantes, no pasó desapercibido para nadie.
Grupos de campesinos pobres llegaban cada nuevo día a interceder por la pronta recuperación del señor de la Umbría.

Aquella mañana, comenzando la segunda quincena de diciembre, el señor Pedro había aparecido muerto a los pies de la cama del señor de la Umbría.
Los unos comentaban que el uno había tenido que morir, para que el otro pudiera vivir.
Los otros pregonaban que había sido un milagro, puesto que las plegarias siempre dan resultado. Una minoría susurraban que había sido obra de la Casilda, pues la muy borde al parecer se estaba redimiendo de todos sus pecados.
Lo cierto de todo es, que la Casilda deambulaba por la casa como un fantasma con rosario en mano.
La tía Carmen la dejaba estar, aunque procuraba no perderla de vista.
Mejor que mejor, así tenía más tiempo para poder atender a las inmensas tareas que le habían recaído.
- ¡Pero esta no me la da a mí ni con queso! ¿ Qué se creerá esta, qué me chupo el dedo? Pensaba.
Le dio la tarea de no perderla de vista a la Llanos del Miguel. Esta se brindó de inmediato a seguir la sugerencia de la tía Carmen.
A la aldea iban acudiendo gentes de todas partes. A cada momento una nueva reata de gitanos de todas clases se iban acomodando en los alrededores de la aldea.
Aquello era un verdadero desconcierto humano, los aldeanos no daban a vasto en la tarea de ir organizando las caravanas.
Nadie aludió esa tarea, si no querían que estos tomaran posesiones más cercanas e íntimas en la aldea. El padre Joaquín se sentía al límite de sus fuerzas, no paraba en su intento de convencer a los aldeanos de que aquello no había sido un milagro y a los visitantes de que había que mantener la calma y que aquello no era el fin del mundo, que si su príncipe había muerto, era por designio de Dios y por ley de vida.
En aquellos días el padre misionero casó y bautizó a gran número de personas y al parecer a algunos por partida doble, dependía de que regalo o buen augurio les pronosticaran las adivinas ese día, que si las echadoras de cartas les pronosticaban que era buen momento para estar a bien con Dios y tener los papeles en regla. ¡ Pues se casaban! Que si las leedoras de las manos les aconsejaban que no era el momento propicio, pues intentaban convencer al misionero para que anulara el casamiento o el bautismo.
También hubo que coser algún que otro tajo, ocasionado por arma blanca, y enterrar a más de uno y más de diez, entre niños y mayores. Esto se hacía con el mayor silencio posible.
Al señor Pedro lo amortajaron entre un grupo de mujeres en casa del tío Vicente. Lo instalaron en una especie de angarillas y lo trasladaron al improvisado e inmenso poblado y allí lo estuvieron velando durante tres días y tres noches.
Las despensas de los aldeanos menguaban a cada nuevo día. El padre Joaquín no perdía oportunidad de hablar de la bondad que todo cristiano debía tener con los más débiles.
Los aldeanos con pesadumbre, unos más y otros menos, iban depositando cada nuevo día que amanecía, sus vituallas en el carro que el cura y acompañado por algunos niños mugrientos, paseaban un par de veces por día, por toda la aldea.
Algunas comentaban que se había formado ese follón solo por lo buenos que eran todos en la aldea.
Otros que si lo llegan a saber, ¡Pa Dios que no entra ninguno en la aldea!
Y otros que solo acudían, para poder pasar el invierno con la barriga bien caliente.
Todo esto sucedía, con más o menos malestar y preocupación, hasta que llegó a oídas de las autoridades competentes y quisieron poner punto final a la masiva manifestación de dolor. Aquella mañana que se iba a celebrar los funerales del patriarca, apareció en medio de la procesión silenciosa que se había organizado, un destacamento de la guardia civil.
Los procesionistas corrían despavoridos de un lado a otro. El tremendo revuelo ocasionado por la presencia de estos era descomunal, mujeres niños y ancianos caían de bruces al suelo, siendo pisoteados por los que les precedían en la comitiva fúnebre.
Dos descargas de escopeta fue el detonante para provocar una avalancha humana.
Los gitanos, los que podían, intentaban rodear el féretro de su patriarca, para impedir que los civiles se le acercaran y de paso pedir protección al padre Joaquín.
Este estaba anonadado y les pedía calma. Aun no sabiendo éste cómo contener a la muchedumbre.
El capitán de la guardia civil fue haciéndose paso saltando y pisoteando a los que habían caído por tierra, hasta que llegó a la cabeza de la manifestación, y se enfrentó cara con cara con el padre Joaquín.
- ¡Aquí lo quería yo pillar! ¡Infraganti! Ahora no me dirá que no es usted un alborotador ¡un marxista! Es usted un cabronazo, y yo me voy a encargar personalmente de colgarlo del árbol más alto que encuentre.
Este cogió por el gabán al padre misionero y lo zarandeó como si se tratara de un espantapájaros.
- Antes, permítame enterrar a un cristiano, después puede hacer de mí persona lo que vea correcto, pero antes, ni se atreva a intervenir en mi labor.
El capitán se vio rodeado por un grupo de jóvenes visitantes con navaja en mano.
- Ni se atreva usted, a impedir el entierro, si lo intenta, le juro por mis muertos, que será el siguiente.
El capitán tuvo que retroceder unos pasos.
- Traigo órdenes de disolver cualquier tentativa de concentración subversiva en la aldea y sus alrededores.
- Esto no es ninguna rebelión, esto es un sepelio.
- Usted sabe tan bien como yo, que esto es ilegal, en la aldea no se puede celebrar estos actos, no hay cementerio.
- Lo habrá muy pronto, y ahora déjenos continuar, no haga de un acto Cristiano, una barbarie.
El capitán lo miró de soslayo y con una sonrisa cínica dibujada en los labios.
- Me las va a pagar y muy caro, se la está jugando a una carta muy alta y pronto se las va a ver con la justicia. Tengo órdenes de controlar estos actos, y necesito los papeles de estos nómadas.
- El trozo de tierra donde acampan pertenece al señor de la Umbría, y este les tiene concedido un permiso especial para disfrutarlo como mejor les convengan, es decir, tienen pleno derecho a disfrutar de él mientras el señor de la Umbría, y solamente el señor de esa tierra, así lo dicte.
Este giró sobre sus talones enfurecido, y una mueca de maldad dejó escapar. El misionero y los de la comitiva fúnebre prosiguieron su marcha.

Aquella mañana amaneció con un palmo de nieve. Los visitantes fueron abandonando su lugar de acampada, con mayor silencio del que habían ido llegando, sin grandes despedidas.
Al cuarto día del entierro de don Pedro, solo quedaba en la aldea su grupo. Josep al parecer, se había convertido en el nuevo jefe, y este organizaba a sus gentes en la tarea de limpieza de la zona, ayudados por algunos vecinos de la aldea.
El señor de la Umbría se recuperaba muy lentamente, pero ya, todos comenzaban a poder respirar con esperanzas.
La señora Casilda seguía con sus manías de desaparecer cuando menos se lo esperaban.
El mucho trabajo extra de la tía Carmen se lo había permitido, aunque con la vigilancia concienzuda de la Llanos del Miguel y la Montserrat no las tenían todas consigo.
Ahora, con la casa casi despejada de visitantes y vecinos, la cosa la tenía la buena señora de la Umbría algo más que cruda.
La pobre Casilda se las veía y deseaba para desprenderse de ese misticismo y otras cosas, en el que, con mucho tesón y fuerza de voluntad había conseguido caer.
Se rebanaba la sesera para buscar una solución, que no llamara demasiado la atención.
La buena y previsora mujer, bien que se había provisto de una buena despensa particular, por si las cosas se ponían algo crudas.
- Vosotras, tranquila, que esa es cosa mía, que cuando to esto acabe, ¡ya le apañaré yo el cuerpo!
- ¿Pos será borde?
La Llanos, contándole sus sospechas a la Montserrat y a la tía Carmen.
- Tranquila, Llanos, que a esta hay que darle un escarmiento de los que haga historia, hay que pagarle con la misma moneda, que nos paga a los demás.
Entre las tres mujeres se urgió un plan para escarmentar a la señora de la Umbría.
Aquella noche, la Tomasa, puesta al corriente por la Llanos y Montserrat, hizo gala de sus dotes de teatro, que al parecer de esta, era algo que siempre había tenido en la cabeza hacer.

- ¡Pero claro! Una no es desas que van a la aventura, ¡iros vusotras a sabé to lo que sace por ahí!

Ni corta ni perezosa se enfundó en unos pantalones, los más viejos y grandes (cabe decir) que encontraron.
Cuando creyeron que ya toda la aldea dormía, la Tomasa hizo acto de presencia disfrazada, con los calzones y una sábana mugrienta, por las casas de arriba y tirando tras ella un pequeño carro. La tía Carmen ya se había encargado muy bien en intranquilizar a su cuñada, con eso de presencias extrañas y sombras que aparecen y desaparecen como por arte de magia por la casa. Esas cosas a la Casilda le alteraba los nervios, por considerarlo de mal agüero y cosas del demonio.
Cuando la tía Carmen ya la tenía predispuesta se fue a dormir tan tranquila y feliz, sabiendo que esta no iba a pegar ojo en toda la noche.
¡Qué las demás se encargaran del resto de la broma, que ella ya había cumplido con su parte!
Pensaba.
La Casilda, creyendo oír arañar en la puerta de la casa, se sobresaltó y puso la oreja en esta para cerciorarse de que sus temores por los remordimientos no eran infundados.
- ¡Pos me cago yo en to, el perrucho sa quedao fuera!
Esta creyendo que se trataba del canelo, apartó el cerrojo para dejarlo pasar. Su sorpresa fue tremenda, cuando distinguió un bulto, mejor dicho, un fantasma en la puerta de su casa.
- ¡Santa vinge de Cortes! Pos esto qués.
- ¡Aparta, mujé! Que soy lespíritu de los probes. ¿Ánde escondes to lo que has robao?
- ¡Hay, Santo Dio! Cuna, es probe, pero mu güena.
- Dame to lo que tié escondío ande solo tú y yo sabemos, y aquí no pasa na.
La Casilda fue sacando uno por uno los sacos con las viandas, que tan celosamente había ido acumulando.
- ¡El pernil, de la Gloria tamién!
- Ese ya está empezao.
- ¡Ese tamién, que a los probes bien poco le importa questé catao o no!
La Casilda a regañadientes sacó lo que le quedaba de este y lo colocó sobre el carro junto a los demás víveres.
- Ahora, ya se pué ir a donmí tranquila, que ya está to arreglao.
Y con las mismas, cogió el carrillo, y el Espíritu de los pobres, desapareció en la oscuridad de la noche. En la esquina de la casa, estaban esperando la Llanos, la Montserrat y la Gloria, esta última no se había perdido la broma a la Casilda por nada del mundo, y más aún sabiendo que su pernil había quedado en posesión de esta.
- ¡Odo! Con la mujé de Dios, que si a ella lestá güeno, a mí tamién que mestá.
No hace falta decir, la pataleta que le entró a la Casilda, cuando a la mañana siguiente, reconoció el carro a la luz del día en las puertas de la casa de la Llanos, que era, es, la más cercana de la del señor de la Umbría.
Tampoco hace falta decir, que las viandas iban incluidas. No se supo nunca, pero lo más seguro es que lo dejaran allí a propósito, es decir, a mala uva.
Los que sí se alegraron, fue la comitiva que se acercó junto a Josep a despedirse del señor de la Umbría, aquel último día que pasarían en la aldea.
- ¡Pos esto lo habrá dejao el Espíritu de los probes!
Decía la Llanos a grito pelado, en la puerta de la Casilda. Esta estuvo, el resto de lo que quedaba
de invierno sin salir de los portales de su casa. La buena mujer, las gastaba lloronas.


- ¿Volveréis por aquí algún día?
El señor Vicente apenas podía moverse de la cama, había adelgazado considerablemente.
- Eso no se puede asegurar, la vida de los hombres se cruzan una sola vez y el camino que tomo ahora es largo. Volvemos por los mismos pasos que nos trajo hasta aquí. Marchamos a Portugal e intentaremos establecernos allí. Las noticias que le voy a dar no son alentadoras.
No tenemos razones para confiar en el rumbo que van tomando las cosas. Me han asegurado, que pronto habrá otra revuelta.
- Eso se viene diciendo desde hace ya tiempo Josep, y cada vez, yo también la veo más cerca, pero eso no es razón para salir corriendo Josep.
- Le entiendo muy bien, señor Vicente, pero mi pueblo no quiere tomar parte de las cosas de los payos, ni los payos quieren entender las nuestras. Así se ha decidido y yo así las acato.
Señor Vicente hágame caso y márchese con su familia cuando pueda.
- Yo no puedo marcharme de aquí, para mí no es tan fácil.
- Señor Vicente, que la próxima vez será la definitiva, ya no es cuestión de salir a la calle a romper cristales y dar cuatro gritos. Los militares están más que preparados, ellos sí tienen todo a punto porque lo tienen todo pensado desde hace tiempo.
- Vivimos en un estado de República, estos deben lealtad a una Constitución, a un Gobierno Democrático, jamás tomarán parte en algo que vaya en contra del pueblo.
- Señor Vicente, es usted un Santo, pero un Santo incrédulo, que no creé en la fuerza que ejerce el poder del dinero y la fama... y esto ni lo tiene una Constitución y mucho menos lo tiene el pueblo. La lealtad y la decencia poco tiene que ver con las pesetas.
Los dos hombres se despidieron con un abrazo.


Entre cuidar por la salud del tío Vicente, despiojarse y fumigarse toda la aldea, aquellas Navidades se pasó sin pena ni gloria.
El pesar de la aldea por tener a uno de los suyos en prisión, nublaba cualquier tentativa de fiesta. Y hasta los Reyes Magos pasaron de largo por la aldea.
Los pocos quehaceres de los hombres, los llevaban como era la costumbre, ir de casa en casa contando y preguntando por las noticias que pudieran llegar.
Aquel invierno se echó en falta, como nunca se había echado, la ausencia de Eusebio. Muy pasado ya el año nuevo, el compañero Hilario volvió a la aldea, aquello dio un poco de ánimos a los aldeanos. La vida comenzó a bullir de nuevo.
Tras la muerte de su compañero Antonio, este había desaparecido una mañana sin dar más explicaciones. Al parecer había vuelto a su pueblo de origen, a arreglar unos asuntos de familia según contaba.
- ¡Pos hombre!¿ Dónde va a estar mejó, que aquí con nusotros?
El Miguel de la Llanos.
- Si es lo que yo digo, mientras se tenga una buena lumbre, ¡qué se quite to lo demás!
El Ñoño.
- Pos agora mesmo, se prepara una güena sartená de gazpachos, y aquí no hay pena que valga, que tengo yo liebre en pringue pa arreglá y llená las barrigas.
La tía Carmen lo arreglaba todo a base de llenar estómagos, que en su casa no se pasaba faltas.
- ¡Pos fartaría más!
Decía esta.
Y allí estuvieron, junto al hogar de la casa, sopando los gazpachos, los propios de la casa y los ajenos.
Al señor Vicente el de la Umbría lo habían sacado de la cama por primera vez, desde que este había caído enfermo. Lo habían recostado junto al hogar en su mecedora, rodeado por almohadones.
El padre Joaquín, que por aquellos días soportaba un tremendo resfriado, no se quiso perder el retorno de Hilario y acudió a casa del señor de la Umbría, al momento de enterarse de la noticia. La alegría era recíproca.
- Las noticias que cuentas no son nada alentadoras, pero, bueno, piensa que aunque mal asunto es ese, hay que tener fe, compañero.
- Padre Joaquín, me asombras aun después de conocerte tanto tiempo. ¿Cómo puedes hablar de fe, cuando se ve la miseria por todas partes? ¿ Cuánto tiempo hace que no sales de aquí? Esto tiene que explotar por alguna parte. El descontento es general, el pueblo está pidiendo a gritos otras elecciones generales. El pueblo quiere comer. Los Fascistas estos están muy envalentonados, hacen oídos sordos, se ponen una venda para no ver la miseria que crean a su alrededor. Esto francamente no me gusta nada.
- Hace tiempo ya, que se habla de formar un frente popular, pero la cosa aún no cuaja, hay recelo de unos y de otros. Pero es lo único que podría hacer cambiar la historia.
El tío Vicente se incorporó como pudo de su lecho de almohadas. El padre Joaquín corrió a ayudarlo y colocarle las cabeceras para que pudiera estar erguido.
- ¡Déjalo estar! Que ya puedo yo solo, que aún no soy ningún inútil muchacho.
Esto es señal de que se recupera.
Pensó este.
- Las nuevas elecciones no tardarán en celebrarse, les guste o no les guste, y en las manos del pueblo está, la decisión de ir todos en ese frente común o popular o como se le quiera llamar. Si se deja en manos de los dirigentes, la cosa se puede alargar, son muchos los intereses particulares. Y ¿qué podemos hacer nosotros, Vicente?
- Nosotros, nosotros en eso no podemos hacer nada, solo esperar y más esperar, compañero Hilario. Nosotros nada.

Capítulo XIV-La detención de un compañero

Capítulo XIV-La detención de un compañero

A las casas de Arriba llegó la noticia de que el Eusebio se encontraba detenido en Hellín. La voz de alarma cundió por la aldea.
Las unas murmuraban.
¡Pos sabrá visto! ¿Sí ya lo icía yo? ¿Dónde se está mejó que aquí?
Otras.
- ¿Quién le manda al Usebio meterse en camisa de once vara?
Afortunadamente las que más, opinaban que había que ir en su busca.
- Quel probe seguro que no ha hecho na malo. ¡Pos qué va a hacé el probetico!... con lo güeno ques, ¡Sí la curpa la tié el demonio!
En la casa del tío Vicente los vecinos se encontraban congregados.
No hizo falta en esta ocasión llamar a nadie. Las noticias llevadas en boca en boca derivó
en un golpe de estado.
Lo que no se precisaba era quiénes lo habían dado.
Unos que los fascistas gobernantes, otros que los anarquistas y los que más, que habían sido los desgraciados del Frente Nacional de trabajadores de la tierra.
Josep estaba enfurecido.
- Esto hace ya tiempo que se veía venir. Las leyes payas son de lo más extrañas, se escribe una cosa y se hace lo contrarío. Así es como lo tienen todo patas por alto. Nunca las entenderé, ni me da la gana entenderlas.
Josep, se había acercado a casa del tío Vicente a informarse respecto al señor Pedro, y se había encontrado con la aldea revuelta. El alboroto era tal, que se asustó creyendo que la guardia civil había llegado en busca de estos. El tío Vicente, el padre Joaquín y Cristóbal se preparaban para el largo viaje.
Media aldea ya estaba predispuesta a seguir tras estos.
- Si vamos muchos más, la cosa se puede ir de madre, y complicarse más de lo que está.
El padre Joaquín intentaba convencer a los aldeanos para que depusieran de su actitud.
Estaba plenamente convencido de que el asunto, era más complicado de lo que los aldeanos podían asimilar.
Los rumores de una revuelta campesina, era un secreto a voces, algo que se venía fraguando desde hacía tiempo.
El hambre, el paro campesino e industrial era algo latente y premeditado, un arma mortal. Como él siempre decía. El hambre es opresión, la opresión trae revolución y la revolución, trae más hambre y más miseria. Es todo una cadena. La verdadera liberación del hombre, empieza por uno mismo.
- ¿Y cómo se consigue eso padre?- Le preguntaban muy a menudo.
- ... Eso, hay que buscarlo cada cual, en su interior.- El padre Joaquín no tenía más respuestas.

Efectivamente, Hellín se encontraba revuelto, sus calles eran un hervidero humano. Las banderas anarquistas socialistas y comunistas ondeaban por doquier. Todas ellas unidas con una sola consigna.
Los gritos de Amnistía a los presos, ¡ni un paso atrás! Y los vivas a la España Republicana.
Las consignas exigiendo la unificación en un frente Popular del Proletariado, crispaban los nervios, a los reunidos dentro del ayuntamiento.
Los tres jinetes no las habían tenido todas consigo, les había costado una verdadera odisea acercarse a la entrada del pueblo.
Piquetes de campesinos, armados con diferentes artilugios, vigilaban las entradas al centro del pueblo.
Estos les salían a cada paso, pidiéndoles explicaciones. El padre Joaquín no lo hubiera conseguido de haber llegado solo, más de uno intentó tomarlo de rehén, para poder canjearlo por algún cabecilla de la revuelta.
- Pos me paece a mí, que no hemos atinao trayendo al padre Joaquín vestío de sayas.
Cristóbal, estaba sumamente preocupado por la magnitud que estaba tomando los actos de protesta contra la tiranía. Algunos braceros que afortunadamente conocían al señor de la Umbría, por haber trabajado en las tierras de este en temporadas sucesivas, se brindaron en escoltarlos hasta el Ayuntamiento.
- Que yo digo señó Vicente, que si habla a favor de mi primo, pué que lo suelten, ¡ Quél probe no ha hecho na malo! ¡ Quél probe solo pide lo ques suyo!
- Ya veremos lo que se puede hacer, espero que se vengan a razones. El compañero Eusebio, también está allí,...
-A usté sí lo oirán. ¡Palabras por aquí y palabras por allá! ¿ Ya verá usté cómo sa clara to? ¡Qué sino! Por mi padre, que quemamos el Ayuntamiento con tos dentro.
- No hay que llegar a tanto, compañero, cuando todo se calme, todos hablaremos mejor, con esa actitud no se consigue nada, hay que tener fe.
El padre Joaquín intentaba inyectar un poco de cordura en estos, la misma que con toda seguridad, pensaba este, carecía él mismo.
- ¡Fe, padre! Cuando hay hambre se pierde la fe y las ganas de to.
- ¡Claro! Usté no tiene chiquillos a su cargo pa llenarle la barriga, ¿sabe qué le digo?
Los probes siempre hemos pasao farta de to, y nos hemos conformao con pan y tocino,
pero ya, que no tenemos ni eso, las cosechas se empiezan a quemar aposta pa que no podamo trabajá, Padre, ¡tenemos hambre, los zagales tienen hambre! ¿ Qué podemo haser? ¡Morinnos con la boca cerrá!
- No, eso no.
- Los unos nos dicen que tenemo derecho a trabajá, que tenemo derecho a viví honramente y los otros no lo quita to... si nos quieren matá, ¡pos qué nus maten duna ve y to sacaba. ¡Claro! Cómo ellos tién las despensas llenas... A los demás ¡Pos qué nos parta un rayo! Y aquí les dejo, ¡qué yo no matrevo, a ir má allá!
No hizo falta pedir permiso para introducirse en el Ayuntamientos, cuatro agentes de la benemérita les salieron al paso, con las escopetas cargadas.
- ¡Semos gente de paz!
- Si son gente de paz, ¿qué hacen por aquí?
Los cachearon, sin más contemplaciones, seguidamente los introdujeron en una habitación sin ventanas.
Los minutos pasaban muy lentamente, Cristóbal se entretenía como mejor sabía, es decir, mordiéndose las uñas.
Habían pasado más de media hora allí, cuando un funcionario abrió la puerta, este iba acompañado del capitán de la Guardia Civil.
- ¡Alabados! Los ojos que pueden verlo, señor Vicente ¿Qué le trae por aquí, compañero?
El capitán de la benemérita, ofreciendo un abrazo casi fraternal al señor de la Umbría. Echando una mirada de soslayo a los dos acompañantes de este.
- Venimos a interesarnos por un vecino de la aldea, que al parecer está aquí detenido, él
compañero Eusebio concretamente.
- ¡Mal asunto este! Si está detenido, por algo será.
- Eso es lo que hemos venido a aclarar.
- Si está detenido, nada se puede hacer. Seguro que será uno de los agitadores, enemigo de la patria.
- ¿El Usebio un enemigo de la patria?
El Cristóbal a punto de soltar una sonora carcajada.
- ¡Pos eso sí ques güeno! ¿El probe Usebio enemigo de argo? ¡Eso tié que se un equivoco!... Capitán, eso no pué se.
- ¿Qué no puede ser? Y tú andate con vista, que el siguiente eres tú, y todos los de tu raza.
- ¡Pos que lo que he hecho yo ahora!
- No te hagas el descomío conmigo, que ya soy pájaro viejo.
Y le dio la espalda a este.
- Y a usted, señor Vicente le digo otro tanto, que bien es sabido de todos, sus tendencias a hacer lo que le viene en gana. Sin contar con las autoridades que lo protegen.
Este se acercó más de lo debido al señor de la Umbría, casi rozando nariz con nariz. El tío Vicente conocía muy bien los métodos persuasivos de este.
- ¡Bien!, Venimos a interceder por la inocencia de nuestro vecino, y no nos iremos de aquí hasta que podamos al menos verlo y que nos explique cómo ha llegado hasta aquí.
- ¿Me parece a mí, que me están exigiendo demasiado? No creo que estén en condiciones de exigirme nada. Hagan ustedes el favor de salir fuera, tengo que hablar en privado con don Vicente.
Cristóbal y el padre Joaquín salieron de la habitación sin mediar palabra, ya en la puerta el Cristóbal hizo ademán de querer quedarse con el tío Vicente.
- ¡Pos me cago en to! Que dese tío no me fío na, que como le haga argo al señó Vicente.
- Tranquilo, Cristóbal, que no va a pasar nada, tendrán que hablar de sus cosas.
El funcionario que los acompañaba les hizo una señal de que le acompañaran y en silencio.
- ¿Quieren ver a Eusebio?, Pues acompáñenme... pero de esto ni una palabra, que me juego el tipo.
Estos siguieron sin mediar palabra al funcionario. Encontraron a Eusebio en una especie de celda con otros diez detenidos. Estos al ver al cura dieron un paso atrás. Solo Eusebio, se levantó, más contento que unas castañuelas.
- ¡Pos esto sí que lo esperaba yo! ¿ No decía yo que arguien vendría, a sacannos de aquí?
Dirigiéndose a sus compañeros de celda, ya más tranquilos.
- El señor de la Umbría está en el trato, por el momento y sin ánimos de defraudar a nadie se está en ello, ¡porque hay que ver la que habéis organizado!
- Y ahora tenemos que irnos de aquí.
Apremió el enjuto funcionario.
- No quisiera yo que nos descubriera el capitán o algún alcahuete de los de por aquí.

En la otra habitación, el capitán de la guardia civil y el tío Vicente al parecer no llegaban a entenderse.
- Usted se la está jugando a una carta muy alta, y aún no sabe o no quiere saber quiénes son sus compañeros de juego. ¡A quién se le ocurre venir a interceder a favor de un perseguido por la ley! Por un delincuente conocido por todos... Usted se deshonra con su actitud.
- Eusebio no es ningún delincuente, ni tiene enemigos.
- Eso lo dicen todos, cuando se les detiene; ¡Ya hacía tiempo, que le tenía echado el ojo! ¿Qué es eso de tanto ir y venir?
- Eusebio se gana la vida de esa forma, es la vida que le gusta hacer, no hay ninguna ley que se lo impida.
- ¡Y unas narices, ese hombre es un conspirador, un agitador!
- Está usted muy equivocado, Eusebio es una buena persona, yo le conozco y doy mi palabra en su favor.
- Señor Vicente, ¿usted es tonto o se lo hace muy bien?
- Ni una cosa ni la otra, solo tienen mi palabra.
- Su palabra ya no va a ninguna parte, de todos es sabido de la parte que esta. ¡Es usted un traidor! De su clase, ¡es un agitador! Y a los de su calaña ya se sabe cómo hay que tratarlos. Yo no tengo por el momento, poder para arrestarlo, ¡pero cuidado! Con lo que dice y hace. Que el siguiente de su aldea puede que sea usted.
- ¿Me entregará a Eusebio?
- Ni lo sueñe, ese va a estar una buena temporada a la sombra ¿ Y mire, con las ganas que le tenía? ¡Me ha salido todo de perlas!
- Usted está cometiendo un error, ¿puedo hablar con él un momento?
- Mire por donde me voy a dar ese gusto, señor Vicente, si usted me hiciera un poco de caso, las cosas cambiarían, solo tiene que hacer la vista gorda a algunas cosas. ¿Por qué no acude a las reuniones de la c.e.d.a. cuando le llaman?, ¡No! Usted siempre tiene que ir a contracorriente.
- ¿Sabe usted lo que se habló en la última que casi fui obligado a ir? Pienso que no hace falta prender fuego a las cosechas para apaciguar a los campesinos, los campesinos lo que necesitan es todo lo contrario, necesitan trabajar para poder llenar sus estómagos vacíos y los estómagos de los suyos.
Donde hay hambre, hay quejas y disconformidad. ¿Usted ha pasado hambre alguna vez?
- ¿Hambre? ¿Hambre?
- ¡Hambre!
- ¡Hombre, de esa no!
- Pues este invierno comenzará a saberlo. Las despensas están casi a la mitad, las bodegas están igualmente. En el campo hay algo más, pero poco más, ¿ Qué va a pasar con los que no tienen un palmo de tierra? En la tierra, aunque poco, siempre se encuentra algo para echar al puchero, pero ¿Y los que trabajan en las fábricas? De los compañeros de la industria. ¡Qué va a ser de ellos!. No hace falta que unos locos prendan fuego a sus propias tierras para al parecer apaciguar a los que se las trabajan casi gratuitamente, con esta aptitud lo paralizan todo. ¡Todo esto es una barbarie! Que no tiene ni pies ni cabeza. ¡Conmigo no cuenten para esas cosas! Aún tengo algo de dignidad. Y le digo que este invierno se pasará hambre. Si usted no la pasa, la verá reflejada en el rostro de su vecino, la verá en el rostro de algún pariente cercano, la verá por todos lados y eso, es terrible, nadie se merece pasar hambre.
- ¡Es Usted un provocador! Un traidor a la República.
- ¡No! La República lo somos todos, la República no dice que hay que pasar hambre, la República no dice que hay que seguir esclavizando a los esclavos de siempre nuestra constitución dice todo lo contrario, si se la lee con atención. Ahora, por mí hemos terminado. Cuando se recobre la cordura, volveremos a hablar, cuando se vuelvan a abrir las fábricas, cuando al patrón de estas les importe más lo humano que los dividendos, podremos seguir hablando. Cuando se termine con esta locura de potenciar la miseria, posiblemente, podremos hablar de ser humano a ser humano. Al patrón, es decir al gran capital bien poco le importa tener sus fábricas abiertas,... Es más, las prefieren cerradas, antes de conceder un mínimo de dignidad y bienestar a sus esclavos.
Vicente hizo un gran esfuerzo al levantarse de la silla que ocupaba. El capitán lo detuvo, en la puerta de salida.
- Espere un poco, tampoco hay que ponerse de esa forma, mandaré que traigan a Eusebio. Que uno solo hace lo que le encomiendan hacer, que no quiero yo que usted me tenga entre ojos.
- Por eso no pase usted pena, no soy nadie para tener entre ojos a nadie, no tengo tiempo para eso, bastante tarea tengo yo en luchar por hacerme cada día un poco más persona.
En el pasillo se encontraban Cristóbal, el padre Joaquín y el funcionario.
- ¡Usted! Vaya en busca de Eusebio, el loco de los cacharros.
- ¿Está bien, señó Vicente?... El Usebio está por aquel pasillo.
Le murmuraba Cristóbal al oído del señor de la Umbría.
- Esto está muy silencioso, no se ve un alma.
El padre Joaquín.
- Eso es lo que usted se creé, hay civiles apostados en cada ventana, no somos tan inútiles, como para no saber que va haber lucha, ¡pues qué se atrevan! Que preparados sí que estamos. Y con usted también me gustaría tener unas cuantas palabras.
El cura se quedó mirando al tío Vicente, y por lo que pudo intuir no parecía que hubieran llegado a un acuerdo, el tío Vicente parecía tranquilo, con esa tranquilidad que da los muchos años y él mucho saber. Eusebio llegaba maniatado y escoltado por dos civiles y el funcionario. -- ¡Señó Vicente! Esto sí ques güeno, ¿ Cómo ca venío de tan lejo pa venme a mí?
Eusebio se acercó al tío Vicente para estrecharle la mano, las cuerdas que le habían colocado, a la espalda se lo impidió.
- Tranquilo Eusebio, ya habrá tiempo para esas cosas.
- Señó Vicente, que uno no ha hecho na malo, que manpillao cuando donmía bajo la higera de siempre.
- ¿Va a decir ahora que hace dos noches, no estuviste rompiendo los cristales del Ayuntamiento a pedradas?
- ¿Yo rompiendo ventanas? A mí que me paece caquí ha habío un inquívoco...
- ¡Pues tus colegas así lo han declarado!
- Señó capitán... que me paece a mí que to esto es de mentira. ¡ Si yo hace dos noches ni estaba por aquí! Que me paece a mí questaba en los Pocicos.
- Eso es lo que dicen todos, resulta que nadie salió la noche pasada a la calle, resulta que nadie nos ha apedreado, ¡resumidas cuentas! Nadie ha hecho nada.
- Señó, capitán, que yo le aseguro que no tengo na que ve con la noche pasá, enterao... lo que se dice enterao, sí questaba de lo que iba a pasá por tos laos. Y la verdá que tengo pena por lo que se cuenta de otros laos. Que creo yo que no hace farta que se mate a naide, que a fin de cuentas tos semos presonas.
- ¡No me venga con cuentos!, Que nos conocemos. El señor Vicente y yo ya hemos tenido una charla, si se viene a razones, quedarás libre y sin cargos, si no, te pasarás una muy larga temporada en Chinchilla o donde te manden.
El padre Joaquín se quedó blanco como la cal.
- ¿Eso está bien por su parte?
- Está más que bien, y usted tendría que estar cumpliendo con sus deberes, no haciendo el imbécil y perdiendo el tiempo con esas gentes de mal vivir.
- Mi deber está con los que me necesitan, mi deber está con el que me reclama a su lado.
- ¡Y un cuerno! Su deber está con quienes le protegen ¡estos rojos marxistas no se mantienen ni ellos mismos, estos son unos herejes que reniegan de la Iglesia, reniegan de la familia y reniegan de todo y cuando menos se lo espere le darán una puñalada por la espalda.
- ¡Eh! Más cuidiao con lo que dice, cal padre Juaquín nadie le va a hacé na malo, ¡y qué arguién satreba! Que si a argún cura lan hecho argo malo, será porque se lo había ganao.
El Eusebio se sentía ofendido en lo más hondo por las acusaciones de este.
- ¿Pos habrase visto?
- ¡Ah! ¿Entonces confiesas que a los curas hay que perseguirlos?
- Oiga usté, que yo no he dicho na de eso.
- ¡Usted! Vuelva a meter al detenido en la celda.
El padre Joaquín se interpuso entre Eusebio y los civiles que lo custodiaban junto al funcionario.
- ¡Aquí ha habido un error de entendimiento! Eusebio tiene que quedar libre, yo soy el ofendido y yo lo absuelvo de toda culpa.
- ¡Aquí usted no pinta nada! El detenido está bajo mi custodia, y de nadie más. Y no me haga usted perder más tiempo o lo detendré también.
- ¿Con qué derecho habla usted así?
- ¡Con el derecho que me sale de los cojones!
El tío Vicente se dirigió a Eusebio.
- Te soltarán, si la aldea rinde lealtad a los,... Tú eliges.
- ¡Pos qué dice usté, de eso ni hablá, yo estoy por la libertad, yo estoy por los derechos de todos para que puedan comé y trabajá honramente. ¡Nunca estaré a favor de la tiranía!
¿Está seguro compañero?
- Más que del sol que sale ca mañana. Que si yo no he hecho na malo, que se pué esperá de los probes can hecho argo pa pedí de comé. ¡Ya se arreglarán las cosas! Que si yo ando detenío o no ando detenío poco importa, lo que importa es que esto termine duna vé. Que gente mejó que yo ha caído preso y no se va a acabá er mundo por eso. Señó Vicente, usté no tenga pena por mí, usté tié que sacá a to una ardea palante y eso sí ques problema. ¡Compañero Cristóbal! Anime esa cara, questo no e un funeral. Señó Vicente, si se pasan por los Pocicos haga usté el favor de buscar mi mula, que la probe tié que andá por ahí perdía y asustá, Y se la da a la probe María, que a fin de cuentas es má suya que mía.
- La buscaremos, puedes estar tranquilo, pero dársela lo tienes que hacer tú, compañero.- Eusebio se giró en dirección a la puerta de salida. No podía seguir hablando.
- ¡Usted está cometiendo un delito contra las libertades! Y lo sabe.
- ¿Y a quién le importa?
- A mí me importa.
- Pues se va usted a reclamar a otra parte.
El padre Joaquín no lo podía creer.
- Déjelo padre Joaquín, no mendiguemos lo que nos corresponde por derecho, el día que se recobre el juicio, ese día al fin podremos vivir en paz.
- ¡Es usted un viejo testarudo!
El señor de la Umbría salió del Ayuntamiento haciendo caso omiso a las amenazas y advertencias del capitán, con la firme convicción de que a nadie le interesaba Eusebio, lo querían a él y esto era más de lo que su cuerpo y mente podían soportar.
A una considerable distancia un reducido grupo de campesinos hacía la guardia en espera de las noticias que pudiera traer.
Todos se agolparon alrededor de los tres cansados y humillados jinetes.
- ¿Pos qué ha pasao allí dentro?
- Los detenidos seguirán detenidos, hasta que se celebre un juicio. Por el momento no hay nada que podamos hacer, solo esperar.
- Señó Vicente, ¡Qué me cago en tos! Ca esos los sacamos esta noche del dispensario a base de lo que sea. ¡Qué le prendemos fuego si hace farta!
- De esa forma no se conseguirá nada, ellos están armados hasta los dientes, y os puedo asegurar, que están esperando algo así, lo mejor es esperar, mientras estén detenidos no se atreverán a hacerles nada. Pero si los rescatáis de esa forma os puedo asegurar que sois hombres muertos.
- ¿Entonces qué hasemos?
- No rendirnos nunca, seguir creyendo en vosotros mismos y en nuestra lucha. Hagámoslo por nosotros y por los que vienen detrás.

En la aldea, todos esperaban con ansiedad noticias de las que a Hellín fueron a buscar.
Todos los aldeanos, sin excepción, se apiñaban en casa del tío Vicente. Las lluvias acaecidas en los últimos dos días no menguaba la ansiedad de estos, todo lo contrario.
Pudieron respirar tranquilos cuando llegó noticias de que el señor Vicente estaba entrando en la aldea. El pánico se adueñó de los más valientes, que pese a la lluvia torrencial que en esos momentos caía, osaron salirles al paso.
La mula de Eusebio llegaba cabizbaja, sin su inseparable compañero, siguiendo el paso inseguro de los empapados sementales.
El horror de lo que le hubiera pasado a Eusebio estaba en la mente de los aldeanos. Y aún no quedaron satisfechos después de las explicaciones del señor de la Umbría, del padre Joaquín y de Cristóbal, mientras intentaban entrar en calor, junto a la lumbre que habían encendido a propósito para estos, en el hogar de la casa del señor Vicente.
Pues lo que tenemos que hacer, es declararnos en huelga como el resto de los compañero. Montserrat.
- ¿En huelga de qué? Este verano no se ha recogido ni la mitad de las cosechas por la zona, lo de aquí fue una excepción. Las viñas están casi destruidas por el granizo y las lluvias a deshoras, y las oliveras no tardarán en volver a helarse de arreciar el temporal, la oliva de este año no serán más grandes que una lenteja ¿ A qué huelga vamos a unirnos? Lo que en verdad tenemos que hacer es prepararnos y organizarnos para poder llegar a la siguiente cosecha. Es lo único que puedo decir.
El señor Vicente el de la Umbría se dirigió a la habitación donde se encontraba su amigo el señor Pedro.
- Mala cara trae señor Vicente.
El señor de la Umbría se quitó la manta que le habían echado encima, al calor del hogar y las botas y se sentó en la cama junto al señor Pedro.
- ¡Qué envidia me da usted! En verdad que le envidio. Ha vivido como ha querido, sin posesiones ni cargas. Ha sido libre como el viento.
- No se lamente señor Vicente, cada uno venimos al mundo con una tarea a realizar. La suya no es sencilla, lo sé; pero no hay forma de cambiarla. Y le digo, que lo que tenga que llegar, llegará, lo queramos o no lo queramos.
A cada hombre le toca vivir la vida que le ha sido encomendada aun antes de nacer. No crea, yo también he envidiado en algún momento de mi vida la forma que tienen ustedes de vivir. También he deseado tener un lugar seguro para mi familia, un techo que pudiera decir que es mío.
Usted señor Vicente es una persona muy afortunada, porque tiene algo de lo que carece el resto, tiene algo que usted mismo ignora, tiene corazón, posee el aura más grande que yo haya podido vislumbrar nunca, y eso es algo que no se adquiere con el poder del dinero.
- Me siento muy cansado, no he podido hacer nada por Eusebio, el joven que hemos ido a buscar, y eso me destroza. Mi maldito orgullo no me ha permitido ceder.
- No hable usted de orgullo, orgullo no, su sensatez está salvando a muchos otros. Usted ha hecho lo correcto. ¿Qué se hubiese adelantado? ¿De qué sirve una sola vida, cuando está en juego toda una aldea? Si usted cede hoy, mañana le pedirán otra cosa y así sucesivamente. Y cuando se llegue a dar cuenta, tendrá a toda su aldea vendida. ¡Deje de lamentarse! Ese joven no le hubiera perdonado nunca que usted se sacrificara por él, usted y todos sus compañeros.
- Necesito así creerlo.
- Pues créalo.
El tío Vicente se tumbó en la cama, junto al señor Pedro y se quedó dormido durante mucho tiempo.

La convalecencia del señor de la Umbría se había convertido en centro de atención de todos. Cada cual hacía sus conjeturas particulares.

Los unos que tenía una pulmonía doble.
Otros que se moría de lo bueno que era.
Otros que de tanto que el pobre sufría por todos.