lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo XI- Aires de cambios

Capítulo XI- Aires de cambios

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En casa del cura, desde que este llegó, de su viaje relámpago a Barcelona se reunían muy asiduamente un reducido grupo de hombres y mujeres, y el Pacorro y su mujer, la muy “ echá palante”, es decir, la Montserrat o Montse como a ella le gustaba que la llamaran.
Esta había consentido en acompañar a su marido a la aldea natal de este, pero no antes de tener la palabra de su marido, de que si no se adaptaba a las costumbres y tedio de la vida en una aldea remota, ella al menos volvería a Barcelona, sin más tardar.
Las unas decían.
- ¿Pos será verdá que han dejao Barcelona pa siempre?
- Con lo bien que dicen que se come allí.
Otra.
- Pos yo tengo entendío, que traen dinero a capazos, uno encima de otro.
- Pos esa mujé... ¿qué me paece a mí que no e mu católica?
- ¡Qué me paece a mí que! ¡No sé, No sé!
Meneaba la cabeza otra.
- ¡Calla la boca mujé que porque lleve calzones como los hombres, no e una mujé desas malas! ¡Quél padre misionero bien que la tiene por güena! Y además que me paece a mí que es una desas hembras bien estudiá.
La Tomasa.
- ¡Ay, con lo bien perecío ques el Pacorro! Y tené que buscarse una mujé de tan lejos.
Otra.
- ¿Y tú qué sabe muje de to eso? ¿A sabé tú que hasen to juntos?
La que meneaba la cabeza.
- ¡Pos yo sé to lo que se tié que sabe! Y más... que me callo porque una e una mujé mu callá... que no habla por no pecar.
La Tomasa, defendiéndose.
Pero el caso es, se lo pueden imaginar.
- Adiós, señora Montserrat... ¡Quél Cristo la acompañe! ¿Cómo va la señora hoy?... Ande,
lleve osté este pollo, palguisote de hoy.

- Pues bien, el compañero Hilario llegará cualquier día de estos, ya hablé con él hace unas semanas y ha decidido venir a vivir con nosotros en la aldea o al menos lo intentará.
El padre Joaquín y apoyado de brazos cruzados en la pared daba los últimos retoques a los asuntos más importantes del día.
- Eso está mu bien, hermano Juaquín, quel compañero Hilario nos pué ser de provecho... quél sabe de toas cuentas y números.
El Cristóbal, muy puesto en su papel de jefe de la aldea, apoyaba todas las ponencias por igual y si estas venían del padre Joaquín, pues mejor que mejor para acatarlas. ¿Quién mejor que el padre Joaquín que estaba a corriente de todo, y sabía más que todos juntos?
- Por lo demás, todo bien, Montse tiene proyectado abrir una escuela de labores para las mujeres en la aldea.
El cura.
- Sí, efectivamente, pienso que las mujeres estarían más a sus anchas en un lugar de reuniones exclusivamente para ellas, que no en los portales de las casas, además, allí, tendrían la oportunidad de irse conociendo más a fondo.
Esta dejó escapar una risíta, algunos la copiaron.
- El taller serviría tanto para alfabetizarse como para hacer manualidades para el hogar, para la cocina, y de paso para aprender a tomar algo de conciencia política y social.
Pensaba esta.
- En Barcelona se han fundado infinidades de ellos, y además con muy buenos rendimientos, no veo nada de malo que aquí se intente lo mismo.
La Casilda se impacientaba, viéndose ya llevando el cotarro de todo lo que allí se dijese y organizase.
- Pos escuche osté, que si en Barcelona se pué hacer tantas cosas a la vez... aquí tamién, que semos pocas, pero güenas.
La tía Carmen, también apoyó la idea de esta, aunque con bastante recelo. Rara vez podía esta soñar tener algo en común con la cuñada que le había tocado en suerte, por ironía de la vida.
- Pues lo mejor es buscar algún sitio en las casas de en medio, así nos pillaría a todas más a mano.
- ¡Pos deso na! Mi casa e grande... ensegía apaño yo un cuarto pa esos menesteres.
La Casilda.
- ¡Mujer! Que es preferible un lugar exclusivo, que no es para un día o dos, que es para mucho tiempo, en una casa particular donde vive una familia no se puede estar entrando y saliendo a cada momento, y además, algunas mujeres recelarían al tener que ir a la casa de otra, piense usted, que algunas no pisarían los portales de las casas de las otras por nada del mundo.
El padre Joaquín intentaba hacer razonar a la señora Casilda, impidiendo que esta se creara más enemigas potenciales en la aldea.
Al padre Joaquín no le era de extrañar que esta intentara crear en pocos días un malestar general en toda la aldea.
No dudaría, un segundo en levantar comentarios de unas contra otras, en el mejor de los casos, y manipular a su antojo, quién podía entrar y quién no.
La Casilda no quedó muy a gusto, con que le chafaran su ofrecimiento tan noble y bien pensado.
- ¡Total, si una solo lo dice por hacer cosas güenas pa lardea!... ¡Qué a una no le hace farta meté a naidie a sus portales!
La tía Carmen se negó en redondo, tomar parte en el ofrecimiento de la Casilda, de ceder algún cuarto de la casa para estos menesteres que aquí se planteaba. Esta la conocía sobradamente, como para temer un desastre a muy corto plazo. Desastre que repercutiría inequívocamente sobre las espaldas de toda la familia, sobre todo, en las espaldas de su hermano. Y estas, claramente no estaban para soportar otro peso extra.
- Carmen tiene razón, lo normal es que se haga en un sitio neutral, donde se pueda entrar y salir durante todo el día, sin que se moleste a los que allí habiten.
He pensado que el mejor sitio es la casa que de momento se usa de iglesia, que como solo se usa los domingos y fiestas de guardar, el resto de los días lo podíamos usar nosotras.
Montserrat toda convencida del convencimiento del resto de los contertulios. La Casilda se echó manos a la cabeza y automáticamente se persignó. En la casa de la Iglesia! ¿Quién lo iba a pensá?... ¡en la casa de la Virgen!... ¿pa eso estamos trabajando tanto? ¿Pa que luego sirva de alcahueterías? ¡Ay Dios mío!... ¿ ánde vamo a pará?
Algunos la miraron asombrados, no mucho, pues ya conocían los arranque eclesiásticos de esta. Mujer, ¿Qué hay de malo que un grupo de mujeres se reúnan a aprender lo que tengan que aprender? La casa de Dios, es para eso, para aprender, seguro que él lo aprueba de muy buen grado.
El padre Joaquín en plan conciliador.
- Además, aún no está bendecida como tal, el Obispo al parecer tiene otras cosas más urgentes que hacer, y a mí personalmente ¡me importa un carajo que se pase o que no se pase a bendecir o no!
Montserrat bastante acalorada, pues no le cuadraban tantas bendiciones y parafernalia.
Ella podía comulgar y creer en las creencias del padre Joaquín como persona, pero nunca con lo que representaba. Sus convicciones puras anarquistas, chocaban de pleno con la rigidez y el corto punto de mira de la Iglesia, con el padre Joaquín podía hacer una excepción.
Su amistad se remontaba a la infancia allá por Barcelona.
El poder social y político de la Iglesia bien que se podía aprovechar de mejor manera, no como otro modo de manipular y tergiversar las palabras sagradas, en el caso de que estas lo fueran, y lo que más le fastidiaba, era la manipulación que estos se llevaban con las mentes de las clases más oprimidas y miserables de la tierra.
Pero como ella decía, “esos sí que se lo montan bien”, primero yo, después yo, y si sobra algo para mí, todo esto en nombre de Dios, por supuesto. Vosotros dadme, que yo repartiré.
Pero la verdad sea dicha, al menos que repartieran algunas que otras bendiciones gratuitas y mucha resignación ante lo que clamaba hasta en los propios cielos, estos no paraban y estaban por ofrecer nada más. Y mucho menos ahora, que se creían excomulgados de la Constitución, es decir, que el grifo lo tenían con la llave de paso echada.
- ¡Claro!... Si es lo que yo digo, la casa de Dios está pa eso, pa aprender cosas güenas, que pa lo otro están los corrales.
La Pelá, que como persona de buen juicio, siempre se arrima al sol que más calienta, se puso roja como las propias amapolas de emoción por su buen entendimiento. Pero lo dijo y aquí queda, que yo solo me limito a poner sobre el papel lo que allí se hizo y dijo. Con mi mayor neutralidad.
- ¡Bueno! Todo aclarado, se abrirá el taller en la casa de la iglesia, que la mantiene la aldea y la aldea tiene que sacarle el mayor provecho, cuando se termine de construir la de verdad, ya se estudiará lo que se hace.
El padre Joaquín está de acuerdo y él es quien tiene que decidir, y si a él no le importa, ¡Cómo nos va a importar a nosotros!
Montserrat toda en su sitio como buena catalana de segunda generación, porque la primera la tenía repartida entre vascos y extremeños, una mezcla de lo más vario pinto. Con su melena roja y ondulante que le caía a la altura de las caderas.
Algunas comentaban que se lavaba demasiado el pelo y además lo enjuagaba con azafrán, otra explicación no se le podía atribuir a ese profundo color panocha.
- ¡Dios! Qué aldea... ¡Qué imaginación!

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