lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo VI-La Jacinta y el Manolo

Capítulo VI-La Jacinta y el Manolo

- Pos a mí este hijo nuestro, que me tiene mu preocupá.- Le contaba la Jacinta al Manolo, su marido, en la cocinilla de su casa, de las casas de en medio (para que se sepa), mientras preparaba algo para cenar.
-¡Éjalo!... mujé,... que no e má cun zagal, cuando saga un hombre de provecho. ¡Ya cambiará!... ¿Qué má quiere tú?... mujé, ¡si está en los tiempos de los pavos!
- Si ya lo sé marío... Es po eso, que nel tiempo de los pavos... Se hacen graciotas... pero este hijo... ¿qué me paece a mí, questá má sentao de lo que tié questá?... ¡Pos no viene ayé y me ice!... ¿Qué hace usté madre? ¡Siempre trabajá y trabajá!... Ande a arreglase pa cuando llegue padre, la vea toa arreglá y lavá, como tié que sé,... que yo termino la fregá. ¡Y él mu calzonazos! Se me arremanga sin pensalo y se pone a fregá, ¡pos no que me dan ganas de darle un tabanazo pa ver si se espabila!
Le contaba la Jacinta.
- ¡Cómo si una no tuviera que haser na!... ¡má quen emperifollarse!
- ¡Mujé! Queso no e malo, que si se piensa un poco, no está mal quel zagal friegue... que si tié hombría pa cuidiá del ganao, ¡Por qué friegue cuatro cacharros, no hase na malo!
- Pero... e que luego a luego se pué golvé marusa... ¿a qué tú no friega?
- Mujé, ¡qué uno se pasa to er día, dale que te pego en la fragua!
- ¡Qué tengo las manos que no siento na de tanto dale al marro!
El Manolo se las mira, luego se las enseña a su mujer.
- Y de lo otro, no estaría mal que te arreglara un poco pa mí, pa mí ¡claro! Que nó pa ir por la aldea sola.
Al Manolo, le estaba entrando un cosquilleo mental... ya apenas la recordaba arregla y con buen olor a hembra fresca.
- ¡Te voy yo a comprá a ti, un bestío desos afloreaos, pa la fiesta de la vaquilla, que to er mundo... to er pueblo, to lardea cuando nus vea, va a decí ¡Cucha la Jacinta y er Manolo! Van como do pimpollo, tos cogíos del bracete... ¡A la!... Camino de la fiesta. Tú andarás to tiesa y orgullosa a mi lao... ¡claro!... y me dirás... entérate Manolo, cómo nus miran.
El Manolo empezaba a acalorarse, haciéndose la ilusión de verla como a una reina... y abalanzándose a ella, la quiso tomar allí mismo, en la cocinilla de la casa... ¡así... por las buenas!
- ¡Ay, Manolo! Que los hijos nus pué ve... ¡Questo pué ser pecao!... ¿ Aquí en la mesa de comé?
Y entre quiero y no puedo, la Jacinta se fue abriendo de piernas.
- ¡Ay... Manolo! ¡No pare tú agora, pa que se acabe to pronto!
- ¡Calla, muje... agora no diga na!... y abre má, pa que la cosa vaya mejó.
La Jacinta, entre el soponcio y otras cosas más, se dejó caer al suelo. Pero sin soltar a su Manolo, y allí estuvieron haciendo todo lo que tenían que hacer.
- ¡Dale má juerte... cabrón!
Le susurraba al oído del marido.
- ¡Ahora vas a ve tú lo ques bueno! ¡Zamarro!
Le contestaba y murmuraba el marido. Y de una embestida certera, la dejó pasada, sin resuello, con los ojos en blanco. El Manolo se quedó allí, encima de ella, todo congestionado.
- ¡Ay, Manolo!
Gemía la pobre Jacinta.
- ¡Quésto ma gustao! ¡Qué ma dejao, no sé cómo! ¿A ve si aguantamos, un poco má?
- ¡Calla mujé, que ma entrao un calambre en la pienna... que no la pueo ni mové!
- ¡Anda, Manolín! ¿ A ve si dándote yo unas refriegas se pasa?
- ¡Qué no mujé!... que a luego a luego te gusta y no quiere pará en to la noche y uno, uno no está pa tanto, anda, vete preparando pa cená el ajeharina... que los zagale ya están al caé.
La Jacinta se incorporó a regañadientes y continuó con su tarea de preparar la cena.
El Manolo sentado en una silla en un rincón, de la cocinilla, que a la vez servía de comedor y de cuarto del Pepuso y cuando se terciaba la cosa, hasta de cuadra para las mulas, si el tiempo así lo exigía. Que ante todo, estaba la seguridad de los animales que les hacía la vida más llevadera y fácil.
El Manolo se frotaba la nalga y no dejaba de pensar y meneaba la cabeza de arriba abajo y de abajo arriba, sin perder el ritmo.
- ¡Oye... mujé!... que yo quiero haserte una pregunta...
Y anudándose las manos que las tenía crispadas, prosiguió.
- Oye, ¿qué eso de cabrón?... ¿no será verdá?... ¿verdá, que no? O ¿verdá que sí?
Y levantándose lo mejor que pudo cojeando, se dirigió a su mujer. La Jacinta toda sofocada aún, miró asustada a su marido.
- ¡Cucha hombre!... que te juro yo a ti, y ya tos los santo Cristos que no e de verdá. ¡Qué te lo he dicho yo na má, pa que te pongas tú má emocionao, pa que tentrara má juerzas. ¡Hombre! ¿Y qué sé yo de to eso? Que una no sabe na de na, ¡Qué cómo una va a entender de na! ¡Pos sema escapao... y ya está!... Y, tú ¿eso de zamarro?
La Jacinta, temblorosa continuó.
- Eso de zamarro, tampoco e verdá... ¿a qué no, Manolico?...
Esta miraba al marido con ojos de cordero desollado.
El Manolo, acercándose más aún, la cogió por la cintura, cosa que no había hecho en toda la vida de casados, que de esto ya hacía casi dieciocho años.
Y le estampó un sonoro beso en plena boca.
- ¡Qué no mujé!... Ca sío pa ve qué hacías tú. ¡Que sa ma escapao tamién!... ¡Que toa ha sío der gusto, mujé! ¡Que cómo uno va a decí argo malo!
Le explicaba el Manolico, sonriendo maliciosamente, como nunca lo había hecho antes.
La Jacinta, con los ojos fijos en el suelo, comenzaba a ponerse cachonda.
- Mira... Manolico, que aunque sea pecao icirlo, ma gustao muncho... ¿Vamos a seguí luego?
- ¡Mujé!, Quesas cosas nó sé puén hacer tan de contino, ca cosa viene cuando tié que vení y na má.

No hay comentarios: