lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo XII- La desaparición de un compañero

Capítulo XII- La desaparición de un compañero

padre, ¡qué no! Queso queda mu solo, mu soso, ques mejó poner argo más fuerte o como osté lo diga, “ taller de mujeres” eso no me entra en la cabeza.
El Pepuso o hijo de la Jacinta y el Manolo no estaba muy convencido del trabajo manual del cura. Llevaban toda la mañana haciendo rótulos, pero ninguno convencía ni encontraba adecuado el muchacho para el caso.
El cura llegaba al límite de sus posibilidades, la espalda la tenía entumecida de estar tanto tiempo trabajando sobre las maquetas esparcidas por el suelo.
- Pepe, hijo que yo ya no doy más de sí, que esto no es lo mío, que yo no soy rotulista ni nada que se le parezca, ¡Hijo, cuando se te mete algo entre ceja y caja!, hay que tenerte pánico.
- Padre, vamos a pensá de primeras, ¡venga usté aquí!
El Pepuso, se puso de rodillas en el suelo, tomó un trozo de papel de estraza de los por allí esparcidos y comenzó a garabatear.
- Acérquese padre, lo que yo quiero es que haga es esto, ¿A ver cómo me sale?
El Pepuso intentó delinear una silueta de mujer.
- ¡Cuche! Padre, esto es la cabeza, esto el pañuelo que llevan las mujeres, este es el chal y estas son las sayas... a ve, agora así una mano parriba y abierta, en la mano argo que paezca... así, como flores que vuelan ¡ flores o pájaros! Que para el caso da lo mesmo.
El cura lo miraba de reojo.
- Tiene igual de dura la cabeza, como buenas ideas.
Pensaba.
- ¡A ve! Y esta mano así, que caiga pabajo... aquí una espuerta que la tiene enganchá, repleta de espigas de trigo y la hoz, y abajo con letras bien hechas, no con las mías, tié que poné.

Mujé, levanta el vuelo
no temas por los hijos que has parío.
Pos ellos, irán contigo.

El padre Joaquín que ya conocía los arranques poéticos del zagal, se apresuró a tomar nota.

El padre Joaquín se incorporó con el di- ¡Este no es capaz ni de ir poniéndolos sobre el papel!
Pensó este, sin equivocarse un punto.
- Pepe, que te digo que la idea es muy buena, que eres un artista, pero a ver si te vas acostumbrando a ir anotando en el cuadernillo que te traje de Barcelona para estos casos ¡Qué ya está bien! Y espero que Montserrat capte la idea, ¡ porque yo la verdad!... no creo que me atreva a realizar este dibujo.seño a medio embozar, el Pepuso lo siguió de un buen salto. Hay que dejar claro que al cura le costó un buen esfuerzo realizar la maniobra.
- ¡Pues la verdad, es que no debe quedar nada mal tal y como lo planteas, eres muy capaz de contagiarme tu locura, hijo!
- Dándole algunos retoques, puede servir perfectamente ¿Qué colores crees que pueden quedar bien?
- ¡Qué no padre! Que yo lo hago en la fragua de mi padre... la señora Montserrat solo tiene que hacer las líneas de fuera y las más importantes. ¿ Me entiende padre? Qué yo ya me apaño con lo que tenga que hacer, questo tié que quedar bien forjao pa to la vida, pa to la vía o hasta que venga otro más espabilao que yo.
El padre Joaquín lo miró, pero nada dijo.
- ¡Veremos, veremos!
- No dé osté tanto a la cabeza padre, ¡qué la va a mareá!
-¿Se pué entrá pa dentro?
El Tomasín asomó la cabeza por el ventanillo.
- ¡Qué vengo a icirle que mi paldre dice que sacerque pa la casa, que tié que icirle algo mu goldo! ¡Vamo! Que pol la cara que tiene... tiene que se así.
El crío haciendo un esfuerzo por ensanchar brazos y pecho por el hueco de la ventana.
El cura se sobresaltó al ver al zagal con la respiración entrecortada, sin aliento.
- Anda, da la vuelta y pasa, hijo, que te va a dar un soponcio.
El Tomasín, sin pensárselo dos veces se coló por el alfeizar de la ventana, sin importarle ni por un momento donde irían a posarse sus pies.
- ¿Qué pasa Tomas? ¡A qué vienen esas carreras!... anda siéntate un poco, que te va a dar algo malo.
- Que no paldre, que tié que ir pa la casa, corriendo, que mi paldre así me ha dicho que le diga.
Al padre Joaquín le cambió el color de la cara.
- ¿Estás seguro, criatura de lo que dices?
- ¡Que sí paldre, que se lo digo yo!
Tomasín se impacientaba a más no poder.
- ¡Qué corra! Que vaya pa la casa, questan allí tos.
Este, intentando convencer al cura, lo zarandeaba como mejor podía.
El cura sin pensárselo dos veces más, cogió su sombrero y salió seguido por el crío.
Este no tenía, lo que se dice mucha confianza en las razones que el Tomás pudiera dar.
La mayoría de las veces, las daba a deshoras y estas iban siempre disfrazadas a imagen y semejanza del zagal.
Pero por él, que no quedara por desatender cualquier percance que hubiera acontecido por la aldea.
- Y tú, Pepe, espera aquí a que yo vuelva.
Se le oía decir mientras tomaba el camino a las casas de arriba.
- Padre Juaquín que yo tamién voy, po si hago farta pa algo, questo ya está acabao por hoy.
El Pepuso no hubiera quedado satisfecho quedándose allí de brazos caídos, sabiendo sobradamente que el señor de la Umbría no era de los que necesitaban a nadie para solucionar cualquier nimiedad.
Esto realmente tenía cara de ser algo realmente urgente y complicado. Siguió al padre Joaquín y al Tomasico.
El señor de la Umbría estaba esperando en los portales de su casa, un gran chucho, es decir un gran perro le lamía las sandalias.
Este daba saltos y meneaba el rabo requiriendo la atención de este.
- ¡Aparta Macareno! Que no está la cosa para zalamerías.
El perro lo miraba con ojos tristes y legañosos, y seguía con su tarea de lamer y menear el rabo sin intentar siquiera amedrentarse a cumplir las órdenes dadas por el amo.
- ¡He dicho que basta!... anda, pasa a la casa, pero a ver qué haces.
El perro metió el rabo entre las patas y se tumbó tranquilamente a los pies del señor de la Umbría.
El padre Joaquín llegaba casi al trote, seguido este a corta distancia por el Tomasico y el Pepuso.
- ¡Qué pasa señor Vicente! ¿ A qué vienen esas prisas?
El cura iba con el corazón en un puño, como se suele decir.
- ¡Alabados sean los ojos que te ven! Muchacho, todo el día esperando a que te acercaras por aquí, anda pasa, que nos espera una muy buena.
El señor de la Umbría apoyó un brazo sobre el hombro del cura y se introdujeron dentro de la vivienda de este.
Hilario o mejor dicho el ya ex guardia civil se encontraba dentro de la casa, con la Casilda, la tía Carmen lo atendía a base de infusiones tranquilizantes, también el Cristóbal allí reunido, de vez en cuando se pegaba un buen trago de esto, más que nada por agradar al señor Vicente.
Hilario se incorporó de un salto y se dirigió al cura y abrazándolo se echó a llorar como un crío.
El cura no podía creer lo que veía, no sabía si lloraba o reía, se apartó de este suavemente.

- Hilario ¡ Por Dios! ¿ Qué pasa aquí, a qué vienen estos llantos?
Hilario no podía hablar, el llanto se lo impedía. El tío Vicente suspiraba para sus adentro, con la cabeza gacha. Cristóbal con la ira contenida, posiblemente a fuerza de ingerir valeriana, se recostó en el tarimón de la sala.
- ¡Esto se va a acabar!... ¡Por mis muertos que esto no va a acabá así! Que pa eso semos hombres de bien, ¡qué pa eso está la justicia!
Los arranques del Cristobal, eran más que conocidos por todos los compañeros, algunos y a espaldas de este, se mofaban con aquello de que tenía “ Arranque de caballo y pará de mulo”
Pero lo cierto es que no lo reconocían con aquella parsimonia tan a flor de piel.
- ¡La justicia!... ¿pero dónde está esa justicia? No os dais cuenta que la justicia es solo una palabra hecha... ¡Qué no existe!... ¡la justicia! Me río yo de eso, ¿dónde esta, eh? ¿En los tribunales? Mierdas de tribunales, ¿Qué han hecho con el compañero Antonio, eh, qué han hecho? ¡ Dónde lo tienen! Que venga esa justicia y me lo explique de una vez!
Hilario giraba de una parte a otra de la sala, con los ojos ensangrentados por la ira el dolor y la desesperación. Todos lo miraban con ojos atónitos, sin saber lo que era mejor, o dejarlo para que se desfogara o intentar tranquilizarlo con palabras sin sentido, que ni querían ni sabían pronunciar.
El Tomasín como de costumbre espiaba tras la puerta. Macareno dejó sonar un aullido melancólico, triste, y bajó la cabeza con parsimonia.
- Hasta el perro se extraña de este desconcierto, ¿Y qué hacemos nosotros mientras tanto? ¿Aguantar mecha?... Sí señores, aguantar mecha, pero mi mecha ya está a punto de ser encendida.
- Hilario, ya sé que soy el menos indicado para pedirte que te calmes, pero así no llegaremos a ninguna parte... quieres explicarme lo que ocurre aquí? Imagino que los demás ya estarán al corriente, pero yo acabo de llegar y no tengo ni idea de nada... tiene que ser muy grave, lo intuyo, pero...
- Joaquín hijo, Antonio ha desaparecido del mapa sin dejar huella, en el momento justo que teníamos las pruebas de que las desapariciones y los suicidios de los últimos tiempos, no son tal, como nos han hecho ver... ¡han sido asesinatos!... ¡crímenes en primer grado!... ¿te das cuenta? No quiero ni pensar en la muerte tan atroz que habrá sufrido ese muchacho.
Hilario bajó la cabeza y se tapó la cara con ambas manos.
- ¡Dios, por qué no me habrán cogido a mí! Yo solo soy un viejo que no sirve para nada, y ya he pasado por todos los sufrimientos de esta vida ¡ De qué me sirve a mí seguir viviendo! ¿Qué he hecho yo, para merecer todo esto?
- Compañero, que a cada uno le llega la hora cuando le tiene que llegar, además, aún no sabemos si está muerto, quizás esté escondido en alguna parte por miedo o quizás por precaución, por lo que le pueda ocurrir... ¡hay que tener esperanza!
El cura intentaba transmitirle las pocas que de esto le quedaban a él.
- Sí, sí, esperanzas, de esto también se vive... ¡claro! ¿Pero cómo? Pregunto yo.
La tía Carmen estaba paralizada por el horror y la incredulidad, todo este asunto le llegaba más allá de su entendimiento.
No digamos nada de la Casilda. La culpa de todo la tenía el poco o nulo respeto que se les tenían a las personas de bien. Estas personas de bien la incluía a ella misma, después del temor a Dios, después de la devoción a todos los santos cristos, después de a todas las vírgenes habidas y por haber, después de todos los santos mártires.
Y en lo terrenal, ya no se respetaba ni a los curas que eran los intermediarios entre lo espiritual y lo terrenal, ni se respetaban a los pobres usureros que hacían su agosto con la miseria humana, no se respetaba a su entender ni a los ricos, que por algo eran ricos.
La igualdad de derechos y obligaciones tenía la culpa de todo. ¿Dónde se había visto que se expropiaran por derecho, unas tierras tan bonitas de verde y se labraran entre un grupo de mugrientos campesinos y se repartieran los beneficios por igual?
Cómo era posible que ella, que tenía la casa más grande de la aldea y tenía más tierras que nadie en los alrededores, cómo era posible que no contaran con ella para nada.
A la pobre Casilda todo esto no le cuadraba.
- ¡Qué pa eso siempre han habío probes y ricos y lo que ha habío siempre, no se puede quitá!
-¡Bueno, a ve qué puedo yo haser de apaño! Que yo juro que to lo que tenga que haser lo hago, pero a mí no se me ocurre na por el momento... ques posible, que como alcalde de la aldea me tengan argo de respeto ¡digo yo!...
Hilario se le quedó mirando fijamente.
- No Cristóbal, no. Aquí no sirven los alcaldes, ni delegados ni leches, aquí solo sirve la ley del más fuerte, la ley de la venganza, la ley de mantener los privilegios, a costa de lo que haga falta por no perder un ápice de poder. La justicia hijo, está cayendo rápidamente muy baja, está cayendo en manos muy negras, muy ocultas.
El señor Vicente el de la Umbría, que había estado callado todo el tiempo, se incorporó.
- ¡Bien! Tal y como están las cosas.
Dio unos pasos con la cabeza gacha.
- Digo, que tal y como están las cosas, rastrearemos la zona, de punta a punta, iremos todos los que podamos partir al momento. No importa el tiempo que tardemos, pero te aseguro Hilario que encontrarlo, lo encontraremos, te lo aseguro... anda Cristóbal, tú que sabes más, vete pensando en una lista de los hombres que puedan estar listos para la marcha.
Dicho esto, tomó el camino a las cuadras de la casa, volviéndose en la misma puerta de salida se giró
- ¡Carmen, Casilda! Venid a ayudarme a ensillar los caballos.
- ¿Todos, marido?
- ¡Todos mujer! Y si es necesario robo otros tantos... ¿Entendido?
Todos hicieron oídos sordos, no se esperaban la reacción tan brusca del señor de la Umbría, estas le siguieron sin mediar palabra.
Cristóbal apareció con media docena de hombres, el Pacorro se incorporó nada más tener noticias de los acontecimientos, el Ñoño venía ataviado con largas sogas al hombro y un morral que le colgaba a las espaldas.
- ¡Por lo que puea pasá!
Pensaba este.
El señor de la Umbría les estaba esperando en los portales de su casa con los caballos ensillados y cargados con mantas.
El cura lo instaba para que desistiera en su pretensión de encabezar la marcha.
- Compañero, piénselo bien... Sus huesos no le permitirán dirigir la larga cabalgadura, piense que ya no es tan joven, no lo resistirá ¡Déjeme ir en su lugar o quizás otro! Usted no debe ir, es más necesario aquí.
- No insistas jovenzuelo, esta es la aldea de mis antepasados, la aldea que ellos construyeron con sus propias manos día a día. Yo ya no siento mis huesos, el dolor que siento es mucho más profundo que unos huesos retorcidos.
Cada hijo de esta aldea es también hijo mío, todo aquel que se sienta identificado con mi lucha, será hijo de mi aldea e hijo mío ¡Dios! ¿Qué futuro estamos ofreciendo a estos jóvenes? ¿Qué estamos haciendo por ellos? Nada, somos unos cobardes que solo sabemos hablar de esperanzas en el futuro, pero el presente es ahora, si no salvamos el presente, ese futuro de flores no existirá ¿comprendes? No existirá porque no estamos haciendo nada porque llegue ¿ entiendes?
El padre Joaquín entendía perfectamente, pero no quería. Cerraba los ojos y veía solo la oscuridad que Vicente le había transmitido, no podía ver un átomo de luz en esa inmensa oscuridad.
No podía ver ese futuro que él siempre predicaba, no podía ver ese futuro porque el presente se lo impedía, el presente era muy negro.
- ¡El presente es negro!¿ El futuro no existe?
Se preguntó así mismo.
Se sobresaltó y se dirigió campo través sin mediar palabra, horrorizado. No vio al grupo de hombres y mujeres que se acercaban más y más hacia él.
- ¡Jesús! ¿Qué pasa hoy con el padre misionero?... ¡Paece ca visto al demonio emplumao!
El Ñoño, girando un poco la cabeza.
- ¡No Eustaquio, no ha visto al demonio, ha visto algo peor, algo que va más allá del entendimiento humano, ha visto la nada, el derrumbamiento, el caos!
Esto último lo dijo más bien para sus pensamientos.
- ¡Qué dice usté señó Vicente!
- No, no digo nada, a ver ensilla mejor esos caballos ¡esas cinchas, afírmalas mejor!, ¡Salimos enseguida!
El señor Vicente miró a su alrededor como si le faltara una persona.
- ¿Eusebio no viene?
Mirando de un lado a otro intentando dar con él. El Pacorro dio un paso hacia delante.
­- No, señor Vicente, aún no ha vuelto, lo estamos esperando de un momento a otro, salió por esos mundos de Dios y así estamos esperando, estará comprando y rebuscando cacharros como es su costumbre. Ya he dejao la razón a la Francisca por si vuelve antes que nosotros estemos de vuelta, ya me entiende.
El tío Vicente comprendía.
- ¡Sí, lo sé!
Le contesta este.
- ¡Bueno, pues en marcha!... Llevaremos dos caballos más de refresco, por lo que pueda ocurrir.
Los hombres montaron en ellos. Al señor de la Umbría lo tuvieron que alzar casi en vilo... un crujir de huesos se dejó oír en el silencio que entre todos habían creado.
- ¡Maldita reuma!
Se atrevió a pensar este.
- ¡Atención, si nos tropezamos con alguien que no conozcamos, que vamos en busca de una partida de ovejas que han desaparecido de la aldea la noche pasada, ni una palabra más!
Al parecer un grupo de ladrones, o lo que queráis.
Todos asintieron con un movimiento de cabeza gacha.

El grupo de hombres se puso en marcha en dirección al cuartelillo, desde allí sería más fácil dar con alguna pista, si esta existía.
El Francisco, hijo mayor del Miguel y la Llanos se puso en cabeza con el señor de la Umbría.
- Señor Vicente... que yo soy más nuevo, que me puedo adelantar, a ver si encuentro alguna alma viviente y después golver con la rasón. ¡Que uno es nuevo, pero sabe de to esto... de dar con ovejas u lo que se presente!
- No, todavía es pronto muchacho, estamos muy cerca de la aldea, no creo que encontremos ninguna pista tan cerca, más adelante... anda, ve y dile a Manolo que se acerque y déjanos un poco solos.
El muchacho dio media vuelta e hizo señales al Manolo de que se acercara al señor Vicente.
Este se incorporó a su paso y siguieron un buen trecho sin mediar palabra.
De vez en cuando se miraban muy de reojo y soltaba un suspiro. El Manolo fue el primero en abrir la boca para hablar.
- ¡Pos me paece a mí que vamos a tener mu güena noche!
Meneó la cabeza de lado a lado, buscando algún indicio para poder confirmar sus palabras, al no encontrar ninguno, enmudeció de nuevo.
- Eso parece... mira Manolo, no te he hecho venir para hablar del buen tiempo que nos espera ni de las estrellas, sino para hablar de tu hijo.
- ¡Lo sabía!
Se limitó este a contestar.
- Lo sabías ¿y bien?... El padre Joaquín y yo hemos estado hablando durante mucho tiempo, sobre la posibilidad de mandar al muchacho a Madrid o Barcelona para que estudie algo, el padre Joaquín casi está más ilusionado en que se mande a Orihuela, allí hay un monasterio de su congregación y los curas lo prepararían, eso sería más de pensarlo y hablarlo con el zagal. Las cosas no se pintan tan a la ligera. Y es una pena que no se haya pensado antes, pero nunca es tarde para aprender.
El muchacho vale mucho y se lo merece realmente, aquí en la aldea no hay posibilidades para él, aquí se moriría.
- Señor Vicente... mis posibilidades sí que son escasas, en mi casa no hay pa na , no podemos mandar al zagal lejos a estudiar, ni a dos leguas. No tenemos medios, lo siento.
El Manolo, con la cabeza gacha y avergonzado.
De eso, es de lo primero que se ha hablado entre el padre misionero y yo compadre... yo me haría a cargo de los gastos, sería su mecenas, de eso no hay más que hablar... ¡qué la vida es larga!, Y el zagal ya tendrá tiempo de devolver hasta el último real... solo necesitamos tu consentimiento y el de tu mujer. Y si temes, porque no vuelva, tranquilo, si es su destino volver, volverá. Yo me pasé unos años fuera y aquí estoy, posiblemente, porque así tenía que ser.
Por mí no hay problema, y por la Jacinta tampoco lo tié caber... ¡Qué ya lo hemos hablao más de una ve, ¿Y por el zagal? ¡Odo que no lo agradecería!, Qués lo mejó que le pué pasar. Y temer por que guerva o no guerva, eso bien poco importa, por que le ha de llegar un tiempo en su vida que sólo él podrá disponer.
Vicente hizo un alto en el camino y le ofreció la mano.
- Trato hecho, desde este momento somos, una familia de las de verdad.
- Es usté señor Vicente, el mejó hombre que he visto en mi vida ¡ trato hecho, compadre! Que ya verá usté como nunca ha de arrepentirse deste día de hoy.
Los dos hombres quedaron así, con las manos unidas, sellando públicamente una amistad arcana reñida, que ni el uno ni el otro tenía nada que ver con el asunto.
Los otros jinetes los alcanzaron a los pocos minutos. No les quedaba más remedio, si no querían llamar la atención.
- ¡Qué yo digo... que teníamos que buscar por aquí, señor Vicente, quel cuartel no anda mu lenjos!
El Miguel de la Llanos, sin poder creer lo que veían sus ojos.
- Cuando la Casilda se entere le va a da un patatús. Güeno, pos a lo mejó esto nos trae güena suerte. ¿ Qué curpa tié naidie de las cosas que ya están pasas?
Pensó.
- Está bien compañeros, buscaremos un lugar seguro para pasar la noche... que no tardará en llegar. Si no me equivoco, por aquí hay una casa en ruinas con aljibe, sí, sí, por aquella parte.
Los hombres se giraron en redondo en la dirección que Vicente señalaba.
- Nos acercaremos a ver cómo está, después haremos un rastreo por los alrededores hasta que la luz nos lo permita... y mañana, Dios dirá el camino que tomamos, y atención, vamos en busca de una partida de ovejas... ¿comprendido?
- Eso lo sabemos ya mu bien señor Vicente, ques la marrullá má normal que se pué decir en estos tiempos. El Ñoño.
- ¡Pues en marcha!
Los jinetes galoparon a rienda suelta. No tardaron en llegar a la casuta, algunas paredes aún se mantenían en pié.
La mala hierba crecía por todas partes y una oleada de podredumbre y abandono los invadió. Varias piezas de ganado en avanzado estado de descomposición se amontonaban en un rincón y las ratas campestres se daban un festín felices sobre la carroña.
- Pos yo digo que si son estas las ovejas que hemos salio a buscar ¡hemo llegao argo tarde! El Miguel de la Llanos, intentando animar al personal. Todos lo miraron de soslayo, demostrándole que no tenía un átomo de gracia su cháchara.
- Aquí no podemos pasar la noche, esto está infectado.
El señor de la Umbría haciendo un esfuerzo por no vomitar.
- ¡Salgamos fuera! Es mejor acampar a la intemperie- Y diciendo esto, salió de estampida, arrastrando a los demás tras él del pestilente lugar.
Los hombres improvisaron un pequeño refugio fuera de la ruinosa fachada.
- Señor Vicente, que si me da usté permiso, pos eso... pos que me voy a dar un borneo por ahí, a ver qué me tropiezo, que aún queda una hora pa que se ponga el sol.
El Francisco.
- Es mejor que te acompañe alguien, Cristóbal, no, mejor pensado Pacorro.
El señor de la Umbría tenía el pleno convencimiento de que si lo acompañaba Cristóbal y descubrían algo nefasto, a Cristóbal se le desatarían los impulsos descontrolados de los que hacía gala en los momentos menos insospechados, y las infusiones de la tía, indudablemente, ya habrían perdido el poder benefactor que creaban cuando estas eran ingeridas. El Pacorro y el Francisco salieron a la carrera.
Empezaba a refrescar, de la manera que solo en esta manchega tierra, es capaz. Un frío que congela a las piedras.
El mes de octubre había entrado ya. Los hombres alrededor de una fogata intentaban luchar contra el frío, las mantas les cubrían hasta las orejas y a algún que otro la cabeza completa.
El Cristóbal fue el único que se atrevió a incorporarse del lugar que ocupaba junto al fuego - - ¡Qué yo no digo na! Pero que me paece a mí que ya es tarde... ya han tenío que dar más de las dos... y sin apaecer.
El señor de la Umbría sacó de entre la manta su reloj de bolsillo y acercándolo más a la lumbre, pudo ver que aún no había dado la medianoche.
- Cristóbal, aún falta para la medianoche, anda, intenta dormir un poco, si no han acudido, es porque están bien... échate y descansa un rato mientras puedas.
- Señó Vicente, que si usté lo dice así, tié que ser así, pero descuidie usté que uno andará al acecho por sí arguien sacerca.
Cristóbal se hizo un lío con la manta y se tumbó en el suelo, lo más cercano posible a la lumbre.
Algunos de ellos le copió la idea.
- Que digo yo que con su permiso voy a echarme una cabezá.
Y diciendo esto, el Manolo buscó la forma más cómoda de pasar la noche.
El Miguel de la Llanos y el señor de la Umbría siguieron en la misma posición.
- ¡Qué digo yo que esto no me gusta na! Y tengo metío en la cabeza que el Juan ese, no tié que andar mu lejo de to esto, hace ya que no sacerca pa la aldea, ni se oye na de na de donde está y lo que hace.
Lo úrtimo que se sabe de él es que no le hicieron na cuando casi mata al colorao... y esto lo puso mu valiente ¿ Pa mí que me da un no sé qué, questá metío en argo de señoritos?
- Olvídate de esa persona Miguel, que cada uno viene a este mundo para lo que tiene que venir y no hay que tomárselo a cuenta. Solo es un pobre hombre que se creé el heredero y salvador de los demás.
- Sí, pero no e de muncho fiar, hace ya tiempo que sé por la zagala que tiene negocios de armas con gentes de fuera... y si la zagala lo dice... es porque lo ha visto, que en Pozohondo no se habla de otra cosa, aunque, naide dice na claro, que tos dicen que lo dice el otro y el otro dice que lo dice el de más allá... Y así e como está to en boca de tos.
- En los últimos tiempos se oyen y se dicen muchas cosas, pero no hay por qué preocuparse. Lo que tenga que llegar, llegará, lo queramos o no lo queramos.
Esto se tambalea... se derrumba día a día y lo más triste de todo, es que no hacemos nada por evitarlo.
La convivencia, el respeto es lo principal para continuar... y esto, compañero, es algo que tendemos a olvidar.
Hay muchos intereses y privilegios que cuesta mucho trabajo renunciar. El que nunca ha tenido nada... se amolda muy bien a los nuevos cambios... ¡pero compañero! Los que han tenido algo, difícilmente pueden perdonar no poder seguir siendo lo que han sido.
Lo siento... pero esto se derrumba sin remedio, no me preguntes por qué, simplemente lo sé.
El señor de la Umbría y el Miguel de la Llanos siguieron allí sentados dando unas cabezadas y cuidando las ascuas de la lumbre para que estas no murieran.
Amaneció algo tarde y prometía ser un día frío y lluvioso, y los dos exploradores no habían dado señales de vida por el momento.
El Miguel de la Llanos no había dormido casi en toda la noche. Se dirigió al pequeño bulto que hacía Cristóbal.
- Déjalo Miguel, total, ya no tardará en despertar por sí solo... yo voy a calentar algo de agua para hacer café para cuando vayan despertando encuentren algo caliente que llevarse a la boca.
El señor Vicente el de la Umbría intentó levantarse penosamente, los huesos los tenía entumecidos, volvió a sentarse.
- Esto no puede ser.
Se quejó para su adentro, evitando que su compañero de noche en vela, se percatara de sus sufrimientos.
El Miguel se le acercó con las intenciones de ayudarle a levantarse, Vicente le hizo señas de que todo iba bien. Cristóbal cambió de posición y se despertó por el ruido de los cuchicheos de estos, no tardaron en seguirlo el Ñoño, el Manolo y el arriero.
- ¡Pos me cago yo en to! ¡Pos no me he dormío to entero! ¿Qué hora es? ¡Ha venío ya arguién!
El Cristóbal intentando quitarse el sueño y la manta de encima, El Ñoño lo siguió con un bostezo.
- ¡Pos sí questamos arreglaos! ¡Güenos perros guardianes estamo hecho nusotros!
El arriero se incorporó tímidamente, no tenía la suficiente confianza con sus compañeros y además no podía explicarse cómo se había metido en ese berenjenal, pero ya que estaba allí tenía que cumplir como el que más y el que menos.
El Miguel se acercó a los aperos que se encontraban bajo un árbol, sacó una sarten, la llenó de agua y la acercó a la lumbre.
Estuvo rebuscando entre los cachivaches y dio con un bote que al parecer por el olor que desprendía, bien podía ser café y al parecer del mejor.
Cuando estuvo el agua lo suficientemente caliente, lo fue echando calculando el número de estómagos a calentar.
El Ñoño se levantó y buscó entre su hatillo. Sacó un buen trozo de tocino magro y un pan. -¡Esto ya está mejó!
El arriero rompiendo con la timidez.
- Que los hombres de buen trabajá, tamién semos de buen catá.
Y diciendo esto, se acercó más y más al Ñoño que iba repartiendo rebanadas de pan y el tocino.
Los hombres estuvieron allí tomando café y comiendo el tocino pasado por las brasas Y alguna que otra morcilla, sobras de la cena de la noche pasada.
El señor Vicente, se sentía estremecer en lo más hondo de su ser.
- Bueno, pues ya va siendo hora de tomar un camino.
El señor Vicente rompiendo con el silencio que entre todos habían creado, en beneficio de tener un almuerzo en paz y evitar flaquear en presencia de sus con-aldeanos.
El arriero se echó un largo trago de vino de la bota, este no era de los que dejaba escapar un trago de lo que fuera, si lo podía evitar. Que como él siempre decía:
- ¡A saber cuándo se terciaba otra ocasión!
Por el momento vamos a apagar las ascuas e ir recogiéndolo todo.
Los hombres se miraron los unos a los otros.
- ¿Nus vamos a ir sin que aparezcan el zagal y el Pacorro?
El Miguel temeroso de dejar a su hijo, quién sabía dónde y cómo estaría.
Ellos no tardarán en venir... ya hace que amaneció, estoy seguro de que están al caer. Hicieron bien en buscar un buen sitio para pasar la noche.
Los hombres se pusieron en la tarea de recogerlo todo, parsimoniosamente, como intentando sacarle tiempo al tiempo.
No tardaron en oír los cascos de caballos, todos se giraron en la dirección de donde procedían.
El júbilo fue grande cuando vieron a los dos jinetes que se acercaban cada vez más a la casucha.
- ¡Estamos aquí! Que ya hemos llegao.
Se le oía al Francisco vocear y haciendo señales con un brazo casi sin aliento. En los caballos se podía apreciar el cansineo.
Todos se agolparon alrededor de los recién llegados, haciendo preguntas sin parar.
El arriero le tendió la bota de vino al Pacorro, este no dudó un momento en empinársela y echar un buen trago, el arriero, por su parte, tampoco dejó perder la oportunidad de echarse un tiento.
- ¡Qué nos tropezamos con una caravana de titiriteros... y hablando y hablando se nos dio la mañana, señor Vicente!
¿ Quiénes son? ¿ De dónde vienen? ¿ Dónde van... qué hacen?
Las preguntas fluían con tanta rapidez como las rondas de la bota.
- Al prencipio no querían hablá... pero luego a luego se golvierón más sociables... Al decí el Pacorro que había vivío en Barcelona y la conocía bien, ya nos dejaron pasar la noche alrededor de su fuego con ellos y echar de vez en cuando un trago.
El Pacorro desmontó y se echó sobre la tierra húmeda por la escarcha caída durante la madrugada pasada.
- ¡Pos yo lo que tengo que decí, es que esa gente me paeció algo rara... vienen según contaron ellos de Marruecos... que allí pasaron el verano haciendo sus graciotas, negocios y demás cosas que hacen ellos. Al parecer son de Valencia o al menos allí pasan los inviernos.
Son gentes... como que mu maliciosa y recelosa, que me da a mí, que recelan de to er mundo.
O a lo mejó es que tengan miéo de argo o de arguien. El jefe del grupo no permitió a ninguna mujé que se acercara a nusotros.
- ¡Pos yo creo que debemo acercarnos y animarlos pa que vengan a la aldea!... a lo mejó nos la animaría un poco, que farta nus hace un poco de alegría, ahora que no hay tanta faena.
El Cristóbal, que como buen alcalde, no flaqueaba a la hora de dar unos momentos de alegría a sus electores.
Los hombres terminaron de recoger las pocas pertenencias que portaban. Una sombra de esperanza se reflejaba en sus rostros, aunque ninguno ignoraba, la desesperación y el cansancio de Vicente el de la Umbría, eso era patente, estaba a flor de piel, presentían que apenas podía moverse.
No soportaría muchos días de esta forma, la enfermedad, se había agravado patéticamente en sus huesos, solo la esperanza de encontrar algún sendero que les llevara a aclarecer los hechos, lo animaba a seguir en la ruta.
Los hombres galopaban a rienda suelta dirigidos por el Francisco, que este, más que trotar hacía brincar al caballo, parándose aquí y trotando más allá, haciéndoles señales que le siguieran.

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