lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo XIV-La detención de un compañero

Capítulo XIV-La detención de un compañero

A las casas de Arriba llegó la noticia de que el Eusebio se encontraba detenido en Hellín. La voz de alarma cundió por la aldea.
Las unas murmuraban.
¡Pos sabrá visto! ¿Sí ya lo icía yo? ¿Dónde se está mejó que aquí?
Otras.
- ¿Quién le manda al Usebio meterse en camisa de once vara?
Afortunadamente las que más, opinaban que había que ir en su busca.
- Quel probe seguro que no ha hecho na malo. ¡Pos qué va a hacé el probetico!... con lo güeno ques, ¡Sí la curpa la tié el demonio!
En la casa del tío Vicente los vecinos se encontraban congregados.
No hizo falta en esta ocasión llamar a nadie. Las noticias llevadas en boca en boca derivó
en un golpe de estado.
Lo que no se precisaba era quiénes lo habían dado.
Unos que los fascistas gobernantes, otros que los anarquistas y los que más, que habían sido los desgraciados del Frente Nacional de trabajadores de la tierra.
Josep estaba enfurecido.
- Esto hace ya tiempo que se veía venir. Las leyes payas son de lo más extrañas, se escribe una cosa y se hace lo contrarío. Así es como lo tienen todo patas por alto. Nunca las entenderé, ni me da la gana entenderlas.
Josep, se había acercado a casa del tío Vicente a informarse respecto al señor Pedro, y se había encontrado con la aldea revuelta. El alboroto era tal, que se asustó creyendo que la guardia civil había llegado en busca de estos. El tío Vicente, el padre Joaquín y Cristóbal se preparaban para el largo viaje.
Media aldea ya estaba predispuesta a seguir tras estos.
- Si vamos muchos más, la cosa se puede ir de madre, y complicarse más de lo que está.
El padre Joaquín intentaba convencer a los aldeanos para que depusieran de su actitud.
Estaba plenamente convencido de que el asunto, era más complicado de lo que los aldeanos podían asimilar.
Los rumores de una revuelta campesina, era un secreto a voces, algo que se venía fraguando desde hacía tiempo.
El hambre, el paro campesino e industrial era algo latente y premeditado, un arma mortal. Como él siempre decía. El hambre es opresión, la opresión trae revolución y la revolución, trae más hambre y más miseria. Es todo una cadena. La verdadera liberación del hombre, empieza por uno mismo.
- ¿Y cómo se consigue eso padre?- Le preguntaban muy a menudo.
- ... Eso, hay que buscarlo cada cual, en su interior.- El padre Joaquín no tenía más respuestas.

Efectivamente, Hellín se encontraba revuelto, sus calles eran un hervidero humano. Las banderas anarquistas socialistas y comunistas ondeaban por doquier. Todas ellas unidas con una sola consigna.
Los gritos de Amnistía a los presos, ¡ni un paso atrás! Y los vivas a la España Republicana.
Las consignas exigiendo la unificación en un frente Popular del Proletariado, crispaban los nervios, a los reunidos dentro del ayuntamiento.
Los tres jinetes no las habían tenido todas consigo, les había costado una verdadera odisea acercarse a la entrada del pueblo.
Piquetes de campesinos, armados con diferentes artilugios, vigilaban las entradas al centro del pueblo.
Estos les salían a cada paso, pidiéndoles explicaciones. El padre Joaquín no lo hubiera conseguido de haber llegado solo, más de uno intentó tomarlo de rehén, para poder canjearlo por algún cabecilla de la revuelta.
- Pos me paece a mí, que no hemos atinao trayendo al padre Joaquín vestío de sayas.
Cristóbal, estaba sumamente preocupado por la magnitud que estaba tomando los actos de protesta contra la tiranía. Algunos braceros que afortunadamente conocían al señor de la Umbría, por haber trabajado en las tierras de este en temporadas sucesivas, se brindaron en escoltarlos hasta el Ayuntamiento.
- Que yo digo señó Vicente, que si habla a favor de mi primo, pué que lo suelten, ¡ Quél probe no ha hecho na malo! ¡ Quél probe solo pide lo ques suyo!
- Ya veremos lo que se puede hacer, espero que se vengan a razones. El compañero Eusebio, también está allí,...
-A usté sí lo oirán. ¡Palabras por aquí y palabras por allá! ¿ Ya verá usté cómo sa clara to? ¡Qué sino! Por mi padre, que quemamos el Ayuntamiento con tos dentro.
- No hay que llegar a tanto, compañero, cuando todo se calme, todos hablaremos mejor, con esa actitud no se consigue nada, hay que tener fe.
El padre Joaquín intentaba inyectar un poco de cordura en estos, la misma que con toda seguridad, pensaba este, carecía él mismo.
- ¡Fe, padre! Cuando hay hambre se pierde la fe y las ganas de to.
- ¡Claro! Usté no tiene chiquillos a su cargo pa llenarle la barriga, ¿sabe qué le digo?
Los probes siempre hemos pasao farta de to, y nos hemos conformao con pan y tocino,
pero ya, que no tenemos ni eso, las cosechas se empiezan a quemar aposta pa que no podamo trabajá, Padre, ¡tenemos hambre, los zagales tienen hambre! ¿ Qué podemo haser? ¡Morinnos con la boca cerrá!
- No, eso no.
- Los unos nos dicen que tenemo derecho a trabajá, que tenemo derecho a viví honramente y los otros no lo quita to... si nos quieren matá, ¡pos qué nus maten duna ve y to sacaba. ¡Claro! Cómo ellos tién las despensas llenas... A los demás ¡Pos qué nos parta un rayo! Y aquí les dejo, ¡qué yo no matrevo, a ir má allá!
No hizo falta pedir permiso para introducirse en el Ayuntamientos, cuatro agentes de la benemérita les salieron al paso, con las escopetas cargadas.
- ¡Semos gente de paz!
- Si son gente de paz, ¿qué hacen por aquí?
Los cachearon, sin más contemplaciones, seguidamente los introdujeron en una habitación sin ventanas.
Los minutos pasaban muy lentamente, Cristóbal se entretenía como mejor sabía, es decir, mordiéndose las uñas.
Habían pasado más de media hora allí, cuando un funcionario abrió la puerta, este iba acompañado del capitán de la Guardia Civil.
- ¡Alabados! Los ojos que pueden verlo, señor Vicente ¿Qué le trae por aquí, compañero?
El capitán de la benemérita, ofreciendo un abrazo casi fraternal al señor de la Umbría. Echando una mirada de soslayo a los dos acompañantes de este.
- Venimos a interesarnos por un vecino de la aldea, que al parecer está aquí detenido, él
compañero Eusebio concretamente.
- ¡Mal asunto este! Si está detenido, por algo será.
- Eso es lo que hemos venido a aclarar.
- Si está detenido, nada se puede hacer. Seguro que será uno de los agitadores, enemigo de la patria.
- ¿El Usebio un enemigo de la patria?
El Cristóbal a punto de soltar una sonora carcajada.
- ¡Pos eso sí ques güeno! ¿El probe Usebio enemigo de argo? ¡Eso tié que se un equivoco!... Capitán, eso no pué se.
- ¿Qué no puede ser? Y tú andate con vista, que el siguiente eres tú, y todos los de tu raza.
- ¡Pos que lo que he hecho yo ahora!
- No te hagas el descomío conmigo, que ya soy pájaro viejo.
Y le dio la espalda a este.
- Y a usted, señor Vicente le digo otro tanto, que bien es sabido de todos, sus tendencias a hacer lo que le viene en gana. Sin contar con las autoridades que lo protegen.
Este se acercó más de lo debido al señor de la Umbría, casi rozando nariz con nariz. El tío Vicente conocía muy bien los métodos persuasivos de este.
- ¡Bien!, Venimos a interceder por la inocencia de nuestro vecino, y no nos iremos de aquí hasta que podamos al menos verlo y que nos explique cómo ha llegado hasta aquí.
- ¿Me parece a mí, que me están exigiendo demasiado? No creo que estén en condiciones de exigirme nada. Hagan ustedes el favor de salir fuera, tengo que hablar en privado con don Vicente.
Cristóbal y el padre Joaquín salieron de la habitación sin mediar palabra, ya en la puerta el Cristóbal hizo ademán de querer quedarse con el tío Vicente.
- ¡Pos me cago en to! Que dese tío no me fío na, que como le haga argo al señó Vicente.
- Tranquilo, Cristóbal, que no va a pasar nada, tendrán que hablar de sus cosas.
El funcionario que los acompañaba les hizo una señal de que le acompañaran y en silencio.
- ¿Quieren ver a Eusebio?, Pues acompáñenme... pero de esto ni una palabra, que me juego el tipo.
Estos siguieron sin mediar palabra al funcionario. Encontraron a Eusebio en una especie de celda con otros diez detenidos. Estos al ver al cura dieron un paso atrás. Solo Eusebio, se levantó, más contento que unas castañuelas.
- ¡Pos esto sí que lo esperaba yo! ¿ No decía yo que arguien vendría, a sacannos de aquí?
Dirigiéndose a sus compañeros de celda, ya más tranquilos.
- El señor de la Umbría está en el trato, por el momento y sin ánimos de defraudar a nadie se está en ello, ¡porque hay que ver la que habéis organizado!
- Y ahora tenemos que irnos de aquí.
Apremió el enjuto funcionario.
- No quisiera yo que nos descubriera el capitán o algún alcahuete de los de por aquí.

En la otra habitación, el capitán de la guardia civil y el tío Vicente al parecer no llegaban a entenderse.
- Usted se la está jugando a una carta muy alta, y aún no sabe o no quiere saber quiénes son sus compañeros de juego. ¡A quién se le ocurre venir a interceder a favor de un perseguido por la ley! Por un delincuente conocido por todos... Usted se deshonra con su actitud.
- Eusebio no es ningún delincuente, ni tiene enemigos.
- Eso lo dicen todos, cuando se les detiene; ¡Ya hacía tiempo, que le tenía echado el ojo! ¿Qué es eso de tanto ir y venir?
- Eusebio se gana la vida de esa forma, es la vida que le gusta hacer, no hay ninguna ley que se lo impida.
- ¡Y unas narices, ese hombre es un conspirador, un agitador!
- Está usted muy equivocado, Eusebio es una buena persona, yo le conozco y doy mi palabra en su favor.
- Señor Vicente, ¿usted es tonto o se lo hace muy bien?
- Ni una cosa ni la otra, solo tienen mi palabra.
- Su palabra ya no va a ninguna parte, de todos es sabido de la parte que esta. ¡Es usted un traidor! De su clase, ¡es un agitador! Y a los de su calaña ya se sabe cómo hay que tratarlos. Yo no tengo por el momento, poder para arrestarlo, ¡pero cuidado! Con lo que dice y hace. Que el siguiente de su aldea puede que sea usted.
- ¿Me entregará a Eusebio?
- Ni lo sueñe, ese va a estar una buena temporada a la sombra ¿ Y mire, con las ganas que le tenía? ¡Me ha salido todo de perlas!
- Usted está cometiendo un error, ¿puedo hablar con él un momento?
- Mire por donde me voy a dar ese gusto, señor Vicente, si usted me hiciera un poco de caso, las cosas cambiarían, solo tiene que hacer la vista gorda a algunas cosas. ¿Por qué no acude a las reuniones de la c.e.d.a. cuando le llaman?, ¡No! Usted siempre tiene que ir a contracorriente.
- ¿Sabe usted lo que se habló en la última que casi fui obligado a ir? Pienso que no hace falta prender fuego a las cosechas para apaciguar a los campesinos, los campesinos lo que necesitan es todo lo contrario, necesitan trabajar para poder llenar sus estómagos vacíos y los estómagos de los suyos.
Donde hay hambre, hay quejas y disconformidad. ¿Usted ha pasado hambre alguna vez?
- ¿Hambre? ¿Hambre?
- ¡Hambre!
- ¡Hombre, de esa no!
- Pues este invierno comenzará a saberlo. Las despensas están casi a la mitad, las bodegas están igualmente. En el campo hay algo más, pero poco más, ¿ Qué va a pasar con los que no tienen un palmo de tierra? En la tierra, aunque poco, siempre se encuentra algo para echar al puchero, pero ¿Y los que trabajan en las fábricas? De los compañeros de la industria. ¡Qué va a ser de ellos!. No hace falta que unos locos prendan fuego a sus propias tierras para al parecer apaciguar a los que se las trabajan casi gratuitamente, con esta aptitud lo paralizan todo. ¡Todo esto es una barbarie! Que no tiene ni pies ni cabeza. ¡Conmigo no cuenten para esas cosas! Aún tengo algo de dignidad. Y le digo que este invierno se pasará hambre. Si usted no la pasa, la verá reflejada en el rostro de su vecino, la verá en el rostro de algún pariente cercano, la verá por todos lados y eso, es terrible, nadie se merece pasar hambre.
- ¡Es Usted un provocador! Un traidor a la República.
- ¡No! La República lo somos todos, la República no dice que hay que pasar hambre, la República no dice que hay que seguir esclavizando a los esclavos de siempre nuestra constitución dice todo lo contrario, si se la lee con atención. Ahora, por mí hemos terminado. Cuando se recobre la cordura, volveremos a hablar, cuando se vuelvan a abrir las fábricas, cuando al patrón de estas les importe más lo humano que los dividendos, podremos seguir hablando. Cuando se termine con esta locura de potenciar la miseria, posiblemente, podremos hablar de ser humano a ser humano. Al patrón, es decir al gran capital bien poco le importa tener sus fábricas abiertas,... Es más, las prefieren cerradas, antes de conceder un mínimo de dignidad y bienestar a sus esclavos.
Vicente hizo un gran esfuerzo al levantarse de la silla que ocupaba. El capitán lo detuvo, en la puerta de salida.
- Espere un poco, tampoco hay que ponerse de esa forma, mandaré que traigan a Eusebio. Que uno solo hace lo que le encomiendan hacer, que no quiero yo que usted me tenga entre ojos.
- Por eso no pase usted pena, no soy nadie para tener entre ojos a nadie, no tengo tiempo para eso, bastante tarea tengo yo en luchar por hacerme cada día un poco más persona.
En el pasillo se encontraban Cristóbal, el padre Joaquín y el funcionario.
- ¡Usted! Vaya en busca de Eusebio, el loco de los cacharros.
- ¿Está bien, señó Vicente?... El Usebio está por aquel pasillo.
Le murmuraba Cristóbal al oído del señor de la Umbría.
- Esto está muy silencioso, no se ve un alma.
El padre Joaquín.
- Eso es lo que usted se creé, hay civiles apostados en cada ventana, no somos tan inútiles, como para no saber que va haber lucha, ¡pues qué se atrevan! Que preparados sí que estamos. Y con usted también me gustaría tener unas cuantas palabras.
El cura se quedó mirando al tío Vicente, y por lo que pudo intuir no parecía que hubieran llegado a un acuerdo, el tío Vicente parecía tranquilo, con esa tranquilidad que da los muchos años y él mucho saber. Eusebio llegaba maniatado y escoltado por dos civiles y el funcionario. -- ¡Señó Vicente! Esto sí ques güeno, ¿ Cómo ca venío de tan lejo pa venme a mí?
Eusebio se acercó al tío Vicente para estrecharle la mano, las cuerdas que le habían colocado, a la espalda se lo impidió.
- Tranquilo Eusebio, ya habrá tiempo para esas cosas.
- Señó Vicente, que uno no ha hecho na malo, que manpillao cuando donmía bajo la higera de siempre.
- ¿Va a decir ahora que hace dos noches, no estuviste rompiendo los cristales del Ayuntamiento a pedradas?
- ¿Yo rompiendo ventanas? A mí que me paece caquí ha habío un inquívoco...
- ¡Pues tus colegas así lo han declarado!
- Señó capitán... que me paece a mí que to esto es de mentira. ¡ Si yo hace dos noches ni estaba por aquí! Que me paece a mí questaba en los Pocicos.
- Eso es lo que dicen todos, resulta que nadie salió la noche pasada a la calle, resulta que nadie nos ha apedreado, ¡resumidas cuentas! Nadie ha hecho nada.
- Señó, capitán, que yo le aseguro que no tengo na que ve con la noche pasá, enterao... lo que se dice enterao, sí questaba de lo que iba a pasá por tos laos. Y la verdá que tengo pena por lo que se cuenta de otros laos. Que creo yo que no hace farta que se mate a naide, que a fin de cuentas tos semos presonas.
- ¡No me venga con cuentos!, Que nos conocemos. El señor Vicente y yo ya hemos tenido una charla, si se viene a razones, quedarás libre y sin cargos, si no, te pasarás una muy larga temporada en Chinchilla o donde te manden.
El padre Joaquín se quedó blanco como la cal.
- ¿Eso está bien por su parte?
- Está más que bien, y usted tendría que estar cumpliendo con sus deberes, no haciendo el imbécil y perdiendo el tiempo con esas gentes de mal vivir.
- Mi deber está con los que me necesitan, mi deber está con el que me reclama a su lado.
- ¡Y un cuerno! Su deber está con quienes le protegen ¡estos rojos marxistas no se mantienen ni ellos mismos, estos son unos herejes que reniegan de la Iglesia, reniegan de la familia y reniegan de todo y cuando menos se lo espere le darán una puñalada por la espalda.
- ¡Eh! Más cuidiao con lo que dice, cal padre Juaquín nadie le va a hacé na malo, ¡y qué arguién satreba! Que si a argún cura lan hecho argo malo, será porque se lo había ganao.
El Eusebio se sentía ofendido en lo más hondo por las acusaciones de este.
- ¿Pos habrase visto?
- ¡Ah! ¿Entonces confiesas que a los curas hay que perseguirlos?
- Oiga usté, que yo no he dicho na de eso.
- ¡Usted! Vuelva a meter al detenido en la celda.
El padre Joaquín se interpuso entre Eusebio y los civiles que lo custodiaban junto al funcionario.
- ¡Aquí ha habido un error de entendimiento! Eusebio tiene que quedar libre, yo soy el ofendido y yo lo absuelvo de toda culpa.
- ¡Aquí usted no pinta nada! El detenido está bajo mi custodia, y de nadie más. Y no me haga usted perder más tiempo o lo detendré también.
- ¿Con qué derecho habla usted así?
- ¡Con el derecho que me sale de los cojones!
El tío Vicente se dirigió a Eusebio.
- Te soltarán, si la aldea rinde lealtad a los,... Tú eliges.
- ¡Pos qué dice usté, de eso ni hablá, yo estoy por la libertad, yo estoy por los derechos de todos para que puedan comé y trabajá honramente. ¡Nunca estaré a favor de la tiranía!
¿Está seguro compañero?
- Más que del sol que sale ca mañana. Que si yo no he hecho na malo, que se pué esperá de los probes can hecho argo pa pedí de comé. ¡Ya se arreglarán las cosas! Que si yo ando detenío o no ando detenío poco importa, lo que importa es que esto termine duna vé. Que gente mejó que yo ha caído preso y no se va a acabá er mundo por eso. Señó Vicente, usté no tenga pena por mí, usté tié que sacá a to una ardea palante y eso sí ques problema. ¡Compañero Cristóbal! Anime esa cara, questo no e un funeral. Señó Vicente, si se pasan por los Pocicos haga usté el favor de buscar mi mula, que la probe tié que andá por ahí perdía y asustá, Y se la da a la probe María, que a fin de cuentas es má suya que mía.
- La buscaremos, puedes estar tranquilo, pero dársela lo tienes que hacer tú, compañero.- Eusebio se giró en dirección a la puerta de salida. No podía seguir hablando.
- ¡Usted está cometiendo un delito contra las libertades! Y lo sabe.
- ¿Y a quién le importa?
- A mí me importa.
- Pues se va usted a reclamar a otra parte.
El padre Joaquín no lo podía creer.
- Déjelo padre Joaquín, no mendiguemos lo que nos corresponde por derecho, el día que se recobre el juicio, ese día al fin podremos vivir en paz.
- ¡Es usted un viejo testarudo!
El señor de la Umbría salió del Ayuntamiento haciendo caso omiso a las amenazas y advertencias del capitán, con la firme convicción de que a nadie le interesaba Eusebio, lo querían a él y esto era más de lo que su cuerpo y mente podían soportar.
A una considerable distancia un reducido grupo de campesinos hacía la guardia en espera de las noticias que pudiera traer.
Todos se agolparon alrededor de los tres cansados y humillados jinetes.
- ¿Pos qué ha pasao allí dentro?
- Los detenidos seguirán detenidos, hasta que se celebre un juicio. Por el momento no hay nada que podamos hacer, solo esperar.
- Señó Vicente, ¡Qué me cago en tos! Ca esos los sacamos esta noche del dispensario a base de lo que sea. ¡Qué le prendemos fuego si hace farta!
- De esa forma no se conseguirá nada, ellos están armados hasta los dientes, y os puedo asegurar, que están esperando algo así, lo mejor es esperar, mientras estén detenidos no se atreverán a hacerles nada. Pero si los rescatáis de esa forma os puedo asegurar que sois hombres muertos.
- ¿Entonces qué hasemos?
- No rendirnos nunca, seguir creyendo en vosotros mismos y en nuestra lucha. Hagámoslo por nosotros y por los que vienen detrás.

En la aldea, todos esperaban con ansiedad noticias de las que a Hellín fueron a buscar.
Todos los aldeanos, sin excepción, se apiñaban en casa del tío Vicente. Las lluvias acaecidas en los últimos dos días no menguaba la ansiedad de estos, todo lo contrario.
Pudieron respirar tranquilos cuando llegó noticias de que el señor Vicente estaba entrando en la aldea. El pánico se adueñó de los más valientes, que pese a la lluvia torrencial que en esos momentos caía, osaron salirles al paso.
La mula de Eusebio llegaba cabizbaja, sin su inseparable compañero, siguiendo el paso inseguro de los empapados sementales.
El horror de lo que le hubiera pasado a Eusebio estaba en la mente de los aldeanos. Y aún no quedaron satisfechos después de las explicaciones del señor de la Umbría, del padre Joaquín y de Cristóbal, mientras intentaban entrar en calor, junto a la lumbre que habían encendido a propósito para estos, en el hogar de la casa del señor Vicente.
Pues lo que tenemos que hacer, es declararnos en huelga como el resto de los compañero. Montserrat.
- ¿En huelga de qué? Este verano no se ha recogido ni la mitad de las cosechas por la zona, lo de aquí fue una excepción. Las viñas están casi destruidas por el granizo y las lluvias a deshoras, y las oliveras no tardarán en volver a helarse de arreciar el temporal, la oliva de este año no serán más grandes que una lenteja ¿ A qué huelga vamos a unirnos? Lo que en verdad tenemos que hacer es prepararnos y organizarnos para poder llegar a la siguiente cosecha. Es lo único que puedo decir.
El señor Vicente el de la Umbría se dirigió a la habitación donde se encontraba su amigo el señor Pedro.
- Mala cara trae señor Vicente.
El señor de la Umbría se quitó la manta que le habían echado encima, al calor del hogar y las botas y se sentó en la cama junto al señor Pedro.
- ¡Qué envidia me da usted! En verdad que le envidio. Ha vivido como ha querido, sin posesiones ni cargas. Ha sido libre como el viento.
- No se lamente señor Vicente, cada uno venimos al mundo con una tarea a realizar. La suya no es sencilla, lo sé; pero no hay forma de cambiarla. Y le digo, que lo que tenga que llegar, llegará, lo queramos o no lo queramos.
A cada hombre le toca vivir la vida que le ha sido encomendada aun antes de nacer. No crea, yo también he envidiado en algún momento de mi vida la forma que tienen ustedes de vivir. También he deseado tener un lugar seguro para mi familia, un techo que pudiera decir que es mío.
Usted señor Vicente es una persona muy afortunada, porque tiene algo de lo que carece el resto, tiene algo que usted mismo ignora, tiene corazón, posee el aura más grande que yo haya podido vislumbrar nunca, y eso es algo que no se adquiere con el poder del dinero.
- Me siento muy cansado, no he podido hacer nada por Eusebio, el joven que hemos ido a buscar, y eso me destroza. Mi maldito orgullo no me ha permitido ceder.
- No hable usted de orgullo, orgullo no, su sensatez está salvando a muchos otros. Usted ha hecho lo correcto. ¿Qué se hubiese adelantado? ¿De qué sirve una sola vida, cuando está en juego toda una aldea? Si usted cede hoy, mañana le pedirán otra cosa y así sucesivamente. Y cuando se llegue a dar cuenta, tendrá a toda su aldea vendida. ¡Deje de lamentarse! Ese joven no le hubiera perdonado nunca que usted se sacrificara por él, usted y todos sus compañeros.
- Necesito así creerlo.
- Pues créalo.
El tío Vicente se tumbó en la cama, junto al señor Pedro y se quedó dormido durante mucho tiempo.

La convalecencia del señor de la Umbría se había convertido en centro de atención de todos. Cada cual hacía sus conjeturas particulares.

Los unos que tenía una pulmonía doble.
Otros que se moría de lo bueno que era.
Otros que de tanto que el pobre sufría por todos.

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